Yo crecí en las ruinas
Entre los primeros personajes que memoricé en la escuela primaria estuvo Henry Morgan. Roxana Muñoz
A mí, de chiquita, las ruinas de Panamá Viejo nunca me parecieron la gran cosa ni me dejaron boquiabierta por su belleza, tal vez porque ni recuerdo la primera vez que las vi.
Yo me crié en el barrio que está allí -para ser precisa en la Calle Séptima-, y para mí esos muros siempre fueron parte de mi mundo.
Ese era el lugar donde las maestras de la escuela Sara Sotillo nos llevaban de excursión cuatro veces al año (todos rogábamos por ir al Parque Summit o por lo menos al Parque Omar, para variar). Pero era el único paseo barato que podíamos hacer a pie, en fila y agarrados de las manos. Ni siquiera había que cruzar la calle.
En esa visita nos llamaban la atención los pozos y les preguntábamos a los adultos si allí echaban a los presos como castigo (no se nos ocurría que eran pozos de agua).
Cada vez que regresábamos de esos paseos dibujábamos la torre a la cual le pintábamos unos pájaros negros que nosotros llamábamos gaviotas, pero pensándolo bien parecían gallinazos.
Ya en cuarto grado nos sabíamos de memoria la fecha de la fundación de Panamá Viejo: 15 de agosto de 1519, y conocíamos quién había acabado con la estructura: el pirata Henry Morgan.
Incluso el profesor Rigoberto, cuando quería que cambiáramos de aire, nos llevaba allí donde están las ruinas del Puente del Rey para dar Educación Física.
Por si no fuera bastante, allí íbamos con la familia los domingos y por supuesto que no nos perdíamos la fiesta del 15 de agosto, ese día también celebraban los zancudos que se daban gusto chupándole la sangre a todo el que andaba por allí. Es que por esos días siempre llovía.
‘Vamos pa' la ruina’, decían los niños más grandes cuando querían jugar fútbol o béisbol. Las madres del barrio se mortificaban cada vez que los más chiquitos querían irse detrás de los ‘mallullones’.
Cerca de la ruina estaba la playa, que también le ponía los pelos de punta a las madres, tan solo de pensar que uno andaba pisando por allí. Tenía tanta basura.
Entre los muros, las parejitas se besaban y las mamás que llevaban de paseo a sus retoños tenían que estar tapándoles los ojos a los niños para que no vieran esos espectáculos.
Cuando yo vivía allá todavía había un cuartel y una caballeriza, aunque de eso me acuerdo poco.
Quienes vivíamos en Panamá Viejo viajábamos en buses de Ruta 1 y Ruta 2 (creo que nosotros éramos la única gente que no llamaba a los buses Veranillo Transístmica o Pedregal Vía España). Los buses de Ruta 1 seguían siendo conocidos por su tradicional calma (no solo iban despacio, sino que había que esperarlos con mucha paciencia) mientras que los de Ruta 2 iban volando.
La torre me la cambiaron tantas veces de aspecto, le pusieron y le quitaron bancas, hasta la lotería se jugaba allí a veces.
Hoy veo las ruinas y me sorprende el cómo las han hecho cambiar. No quiero desmeritar el gran trabajo que han hecho los del Patronato (si no fuera por ellos se llamaban esos muros y la torre) sino compartir con ustedes lo que yo allí vi de niña.
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