¿Quién es responsable por la paz en el mundo?
Julieta de Diego de Fábrega
La recién estrenada noticia de la matanza en Virginia Tech ha estremecido al mundo, pues aunque uno no conozca a ninguna de las víctimas, sabemos que son hijas de alguien, hermanas de alguien, amigas de alguien.
Para los medios de comunicación la tragedia es un banquete. Veinticuatro horas al día vemos a los comunicadores entrevistar a un psiquiatra, a un estudiante, al padre o a la madre de alguna de las víctimas. Los más osados incluso ofrecen conclusiones acerca de lo que se hubiera podido hacer para evitar la tragedia. Es fácil juzgar desde afuera.
Padres y madres del mundo pueden solidarizarse con ambas partes del ‘conflicto’. A fin de cuentas, aún cuando no hayan hecho declaraciones, los padres de Cho Seung-Hui deben estar viviendo momentos terribles y es muy probable que en su mente revoloteen las preguntas ¿Qué hicimos mal? ¿Qué hubiéramos podido hacer diferente? ¿Por qué no lo vimos venir?
Muchos padres se hacen las mismas preguntas a diario cuando observan a sus hijos elegir el camino equivocado. Y no tenemos que ir muy lejos, aquí en Panamá tenemos un problema enorme con la delincuencia juvenil y las guerras entre pandillas han empezado a cobrar víctimas inocentes.
La paz en el mundo es un sueño largamente acariciado por la humanidad, sin embargo, por alguna razón manejamos el concepto equivocado de que ésta es responsabilidad de los gobiernos, que es un proceso que se maneja de arriba hacia abajo -siendo arriba la cabeza de los Estados y abajo el pueblo-.
¿Han pensado alguna vez que es todo lo contrario? Difícilmente pueden los líderes mundiales obligar a la población a su cargo a creer en la paz cuando ésta ha sido entrenada para la guerra desde la cuna. Y aunque nos guste o no, los padres somos en gran medida responsable de este fenómeno.
Existe una tremenda incongruencia entre lo que predicamos y lo que hacemos. Criticamos la guerra, nos escandalizamos con los actos terroristas que a diario cobran vidas a lo largo y ancho de la Tierra, pero el Niño Dios deja debajo del arbolito de Navidad una cantidad generosa de juegos de video en los que la actividad principal es matar gente.
No importa quién es el bueno ni quién es el malo en estos juegos. No importa si para ganar hay que acribillar terroristas, espías o monstruos, el caso es que los puntos se acumulan en la medida en que se mate. Claro que existen juegos sin armas de fuego, pero muchos también promueven la agresividad. Hay encuentros de boxeadores, de luchadores, de titanes, en fin, algún tipo de pelea.
Las viejas batallas de ‘bandido y vaquero’ o más bien ‘indio y vaquero’ -pues los nativos de América siempre eran los malos- han evolucionado y ahora los muchachos pueden ir a lugares donde, con un ‘arma’ cargada con bolas de pintura o rayos láser, pueden ‘pinto-matar’ o ‘desactivar’ a sus enemigos, que en la mayoría de los casos son sus mejores amigos que los acompañan en la sesión. En otras palabras, hemos modernizado la violencia.
Entonces ¿cómo es que una persona aprende a respetar la paz, si vive inmersa en la violencia, aunque sea virtual? Y aunque no nos guste aceptarlo, este entrenamiento de las masas viene de la casa. Viene de la pasividad de los padres ante el ‘bombardeo’ publicitario de las empresas que fabrican estos ‘juegos de guerra’. En otras palabras, estamos siendo pacíficos en los temas en que deberíamos ser beligerantes. Comprendo que sería injusto culpar a los padres por las acciones indebidas de los hijos. Existen aquellos que se esfuerzan por criarlos para ser gente de bien y aun así, los vástagos escogen conductas perjudiciales para la sociedad o para ellos mismos.
Pero la ocasión es propicia para concluir en que, de una forma u otra, los padres somos responsables por la paz en el mundo.
|