Publicado el viernes 20 de abril de 2007 - Edici�n No. 892 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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A pesar del ruido
Julieta de Diego de Fábrega

No es ningún secreto que Panamá es una ciudad supremamente escandalosa. Bueno, por lo menos mi barrio lo es. A todas horas del día y de la noche suenan los pitos de los carros; de noche la gente sale de la discoteca vecina con la voz a todo volumen, lo que me permite enterarme de lo que está ocurriendo en sus vidas, bueno y malo; los policías tienen la manía de ponerse a ordenar el tráfico a las 3:00 de la mañana y utilizan las sirenas de sus autos y unos megáfonos insoportables. En fin, no es un vecindario tranquilo.

Pero no todo es malo en este Campo que hace años era Alegre. A pesar de todo el escándalo, yo duermo con las ventanas abiertas pues el aire acondicionado y yo nunca hemos podido reconciliar nuestras diferencias, y, aunque las alergias tenaces de mi infancia parecen haber desaparecido con la edad, todavía dormir en un cuarto frío me hace estornudar incesantemente. Así, prefiero soportar los calores intermitentes de las noches panameñas antes que amanecer cada día con una nariz como la de Rudolph.

Pero no me quiero distraer hablando de mi termostato, pues lo que me ocupa hoy es la bella serenata que me despierta cada mañana como a las 5:30 a. m. Es un coro de pajaritos que luego de una noche tormentosa -supongo que a ellos también les molesta el ‘tun-tun’ de la discoteca- todavía tiene energías para recibir el día cantando. Entiendan que yo vivo en un séptimo piso, no exactamente frente a un jardín.

Si bien me despierto, no me levanto. Me estoy poniendo vaga, lo reconozco. Pero sí me deleito con las tres o cuatro voces de mis vecinos alados. Me tortura la idea de que luego de haberme pasado un buen pedazo de mi vida trasnochada traduciendo el libro de Aves de Panamá, no pueda identificar a qué especie de ave pertenece el canto. Me he propuesto ponerme en contacto con mi amigo conocedor de aves para preguntarle cuáles cantan de madrugada en el mero concolón de la ciudad, pero eso me puede tomar un par de meses.

Por lo pronto simplemente disfrutaré de este concierto mañanero que me recuerda los días en que el coro estaba compuesto por cientos de aves. Como estoy consciente de que en el vecindario hay una colonia de cantores alados, ahora presto mucho más atención a su presencia y he podido confirmar que no sólo de madrugada se atreven a cantar. Hay otros cuyas voces puedo oír a pesar de los pitos de los carros. Me parece como un milagro, pero ahorita mismo los oigo.

Entonces tengo por fuerza que pensar qué otras cosas bonitas estarán frente a mis narices y no las he notado por estar concentrada en todo lo malo. ¿Quién quita que ande por allí un borriguero octogenario de aquellos que solíamos ver con frecuencia mientras esperábamos el bus del colegio, o un enjambre de cigarras preparándose para llamar el agua a finales del mes de abril? Me gustaría decirle a las cigarras que ya están a salvo de los chiquillos traviesos que solían cazarlas para ponerlas a volar atadas con un hilo. Hemos crecido. ¿Alguno de ustedes había notado que ya en Panamá no hay borrigueros y que los periodiqueros -hoy apodados canillitas- venden su producto en silencio?

Y así como hay cosas bellas en mi entorno que tenía mucho tiempo de no ver, seguro habrá algunas en mi vida esperando pacientemente a que yo fije mis ojos en ellas. No los ojos que tengo en la cara, sino quizás aquellos que me ayudan a mirar más adentro. Más allá. Agradezco tener un termostato defectuoso que me obliga a dormir con las ventanas abiertas y así disfrutar de la serenata matinal que mis vecinos me regalan. Creo que por ella hasta vale la pena soportar el escándalo de los borrachitos de cada día.


 
 
 
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