Publicado el viernes 22 de diciembre de 2006 - Edici�n No. 876 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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EL PERSONAJE
Regresa con un nuevo enfoque

Después de dos años estudiando una maestría en Costa Rica, la bailarina panameña descubre una nueva manera de llevar la danza a los demás, enseñando a personas con discapacidad.

Ileana Pérez Burgos

La bailarina panameña de origen kuna Iguandili López ya llevaba unos siete años de haber regresado a Panamá tras sus estudios en la Universidad Veracruzana de Xalapa, en México, donde además había actuado en la película Hombres armados del director independiente John Sayles, cuando se enrumbó hacia un nuevo destino.

Enseñaba en la Escuela de Danza del Instituto Nacional de Cultura (Inac) y cuando alguien se lo pedía hacía alguna coreografía, por amor al arte. Entonces comenzó a entrarle el gusanillo de buscar un nuevo reto y la frustración ante el escaso apoyo a las artes localmente, lo que coincidió con la noticia de que en Costa Rica estaban por crear una maestría en danza. Hacia allá marchó en 2005, y este mes regresó con las energías renovadas y las emociones a flor de piel.

Calmando la sed

‘Lamentablemente en nuestro país a veces como que falta espacio para este tipo de actividades y la parte intelectual se va cerrando, uno se vuelve casa-escuela-casa’, cuenta Iguandili sobre cómo se sentía por el año 2003, cuando comenzó a jugar con la idea de volver al extranjero a estudiar.

En ese momento enseñaba en la Escuela de Danza y organizaba talleres de danza para niños en Kuna Yala durante los veranos, junto a su esposo, el coreógrafo, también kuna y educado en México, Diwar Guillén.

Aun así sentía que faltaba algo. ‘No estoy para esto’, cuenta que se dijo a sí misma y se fue a la Universidad Nacional de Heredia en Costa Rica para averiguar sobre la nueva maestría en danza que habían creado con énfasis en formación ‘dancística’, la primera en Centroamérica.

Regresó decidida a recoger sus maletas para irse a estudiar. Pero antes de partir, participó como bailarina en el concierto de un coro y en el escenario se cayó, lo que la sorprendió y entonces se enteró de que estaba embarazada. Así que pospuso su partida.

En 2005 se dijo ‘con bebé yo me voy. Ciao ciao, esta india se va adelante a conocer y a apartarme [de PanamáI por los menos dos años para ver qué puedo hacer’.

Su esposo la visitaba cada tres o seis meses, y ella también trataba de venir a Panamá. Los primeros tres meses fueron los más difíciles pues no tenía quién le cuidara a su niño de año y medio.

‘Iba a las clases con el niño, le compraba chocolates, papitas, juguitos, lo ponía en la esquina y así tomaba mi clase de ballet y se portaba súper bien. Para la parte teórica lo que hacía era llevármelo y sacarme la teta y él se quedaba allí las tres horas. Se hizo la mascota de la escuela de danza y ahora es un niño muy estimulado y le gusta mucho la música’.

Su mamá se fue a ayudarle a cuidar al niño y se quedó con ella durante todos sus estudios, adaptándose al frío del nuevo hogar.

Cuenta que descubrió que en Panamá no se tiene ‘formación educativa. Enseñamos tomando los modelos de los maestros que hemos tenido, pero la educación es algo más allá, no es nada más enseñar por enseñar. La maestría te abre el horizonte y escoges la población con la que quieres trabajar’.

Fue justo allí, al escoger con quién trabajar para su práctica, que la bailarina de danza contemporánea le encontró un nuevo sentido a su carrera. Había enseñado a niños en Panamá y a adultos, y seducida por el trabajo de uno de sus maestros decide aventurarse a enseñar a personas con discapacidad.

Cuando llega el movimiento

‘Ese mundo lo desconozco, yo voy a aportar allí’, cuenta que decidió tras ver el video de uno de los trabajos de su profesor con niños con discapacidad. Describe la experiencia como ‘increíble’.

Dentro del proyecto integrado actividad física adaptada, salud y discapacidad de la Facultad de Ciencias de la Salud, Iguandili comenzó a enseñar a un grupo de siete niños con diferentes discapacidades. En el primer encuentro, confiesa que no sabía cómo enfrentar la situación, pues algunos tenían sus facultades motoras muy limitadas.

‘Poco a poco fuimos manejando la parte de comunicación porque yo me considero una mujer comunicativa, hablo mucho y me muevo mucho, en mi interior soy como una niñita y me voy metiendo con ellos. La parte teórica [de la maestríaI me ayudó para el planeamiento, para escoger la música’. También investigó sobre la danza-terapia y fue adaptando los movimientos a las necesidades de los niños. ‘Al final me di cuenta de que logré cosas que no esperaba’.

También se ofreció a trabajar con el Centro de Capacitación de la Asociación Pro Niño Adolescente y Adulto Excepcional, que atiende a personas son síndrome de Down entre los 20 y 40 años, donde tenía 10 estudiantes en su taller de danza.

‘Soy una mujer sensible, pero me lo despertaron más [estos chicosI y ahora tengo otro concepto de la danza. Porque muchas veces somos como egoístas las bailarinas’, refiriéndose a que reciben reconocimiento y las aplauden. ‘Nos escondemos dentro de un caparazón y no sacamos esa sensibilidad de dentro de nosotras. La danza no solamente es para estar en un espectáculo, es para estar alrededor de nosotros, tiene olor, colores’.

Asegura que gracias a esta experiencia aprendió a valorar más la vida y a respetar a las personas. ‘Ellos tienen mucha capacidad de sensibilidad, de sentir la música por el movimiento’.

Logró montar un dúo con una chica y un chico con síndrome de Down, con una coreografía inspirada en la improvisación de ellos al escuchar la música. Las presentaciones de este dúo aún continúan aunque ella no esté allá; dice que le escribieron para avisarle que tendrían tres este mes, y antes de partir, se publicó un artículo sobre ellos en el diario La Nación.

‘El día que yo estaba haciendo la improvisación con ellos, mis lágrimas corrían, decía, Dios ¿qué es esto, qué me quieres decir con esto?’, cuenta.

De vuelta en casa

El 24 de noviembre pasado, Iguandili ya estaba montada en un bus con su mamá, su hijo y todos su equipaje, mudándose de vuelta a Panamá.

Al día siguiente, mientras caminaba por la Central comprando juguetes, recibió una llamada de una amiga, ofreciéndole aparecer en la película Estación Seca, que está filmando Edgar Soberón. La filmación comenzaba esa noche. La bailarina dijo que sí.

‘Cuando la puerta se abre hay que meterse’, comenta sobre tomar esta decisión tan a la carrera. ‘Estoy llegando, voy a compartir esa experiencia. Son cineastas jóvenes que estudiaron en Cuba y hay que apoyarlos porque también en Panamá se puede hacer muchas cosas’, y ese mismo fin de semana ya estaba filmando en el interior. Su papel es el de la conciencia de Panamá, la narradora de la película, e incluso hablará en kuna.

Por supuesto, tiene otros planes. Se incorporará a la Escuela de Danza nuevamente como profesora y participará en su mudanza al antiguo edificio del Museo Reina Torres de Araúz. Aún tiene dudas de si habrá presupuesto para crear tres salones de clases, pero la reconforta saber que después de décadas sin una casa fija y propia, la escuela por fin tendrá un hogar.

También tiene planes con su esposo de adentrarse a explorar más la danza de sus orígenes.

‘Ahora hay madurez y hay otra visión, estamos pensando en resaltar más la danza kuna, como un proyecto personal’, explica, y cuenta que se está preparando para hacer su gira de talleres para niños por las islas.

‘Fuera de eso me encantaría crear una escuela o una fundación para la comunidad indígena y para las personas con discapacidad’.

La danza, dice, es su arma.

‘Dentro de la cultura kuna existe una leyenda de que existió una bailarina mística que se llama Amagorigori que sale a distraer a los enemigos con la danza, nosotros decimos que utiliza la danza como arma de lucha, entonces yo lo tengo siempre presente conmigo. La danza ha sido como mi arma’.


 
 
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