2007: ¿nuevo estilo de vida?
José S. Canto A.
El año venidero hace imperativo que sometamos a una evaluación crítica todos esos paradigmas que de diversas maneras han afectado nuestras vidas.
El gasto compulsivo y un estilo de vida consumista son dos de las filosofías de vida que con toda seguridad deberíamos someter a escrutinio.
En la economía, el consumo es definido como el intercambio de bienes (generalmente se intercambia dinero, tiempo por cosas y/o servicios) para obtener una utilidad personal derivada de la satisfacción de necesidades. Para la economía un consumo razonable, sano, controlado, es muy importante.
Es diferente a ser consumistas y lo somos cuando compramos cosas que en el fondo no requerimos para tener una vida plena, para ser personas.
A su vez, la adicción al consumo y la compra irreflexiva pueden hacernos la vida muy difícil. Cuando ir de compras se convierte en una necesidad, cuando es imposible controlar el impulso y cuando, además, esta acción causa sentimientos de culpa, vergüenza, ansiedad, irritabilidad e incluso problemas familiares y económicos graves, estamos frente a una adicción.
La sociedad de consumo se crea y promueve por muchos medios con valores, actitudes y leyes propias, y no resulta extraño que, con tal criterio, en la sociedad contemporánea el hedonismo y el consumismo parezcan ganar todas las batallas por las mentes y acciones de las personas jóvenes sobre todo y de adultos en plena etapa productiva.
A fin de año muchas personas parecen completar un salto evolutivo enorme, ya que cambian la especie homo sapiens -consumidor sensato- a homo consumens. Se transforman en seres cuya única preocupación es consumir y una vez formado ese homo consumens, él y ella influyen a su vez en la economía creando y justificando necesidades cada vez mayores: lo superfluo se torna conveniente, lo conveniente se hace necesario, lo necesario se convierte en indispensable. Se crea la sociedad de consumo, con valores, actitudes y leyes propias en que cada quien busca exclusivamente su provecho personal, a través del ‘éxito’, el poder y la posesión de riqueza material. El egocentrismo desplaza a la solidaridad y la indiferencia y la apatía ante las necesidades de los demás llevan a un individualismo creciente y al egoísmo de muchos, a un sentimiento de soledad en medio de la muchedumbre.
Las decisiones de compra consumista conducen al endeudamiento malsano y están dirigidas, principalmente, hacia bienes y servicios que, si bien representan satisfacciones a las necesidades del consumidor, no aparecen claramente vinculadas a necesidades básicas o de subsistencia. Aquí destacan especialmente, deudas contraídas con casas comerciales o con instituciones financieras para la adquisición de electrodomésticos, equipos de computación o viajes de turismo y vacaciones dentro y fuera del país. Para muchos compradores compulsivos es casi una obligación contraer deudas para adquirir artículos que no implican, necesariamente, una mejora significativa en sus condiciones de vida personales o familiares. Más bien puede suponerse que la adquisición de bienes y servicios que originaron la situación de endeudamiento está motivada por factores vinculados a las significaciones de prestigio social que estos representan, a la influencia de la publicidad en las decisiones de compra y a las condiciones de precio y facilidades crediticias que el mercado ofrece. Pero también otros factores ejercen su poder, y entre estos están un bajo nivel de autoestima y quizá la desconfianza hacia las propias actitudes o habilidades; la inmadurez, la impulsividad, la impaciencia, un alto nivel de ansiedad, la insatisfacción personal y esa horrible sensación de vacío y tedio unidas a la falta de alicientes no consumistas, que sobre todo se presenta hoy en muchos jóvenes. Los paseos a malls y la televisión también.
Tal sociedad consumista es denominada por un comentarista de un diario mexicano, ‘la sociedad cirenaica’, en alusión a Aristipo de Cirene -un socrático menor- quien predicaba que lo importante es aprovechar el máximo de oportunidades para gozar y experimentar sensaciones placenteras tratando de llevar una buena vida, en el entendido de que el bien es el placer. Esta filosofía hedonista fija la prioridad en el tener y no en el ser; la prioridad es lo material sobre lo espiritual y la autoridad de lo individual prima siempre sobre el bien común. En verdad, es sólo una apariencia de felicidad, una caricatura de ella. No creo que pueda hacer feliz a un ser humano lo que lo destruye y atenta contra su dignidad de persona, por lo que es hora de revisar todas esas ideas que gobiernan nuestras vidas y de preguntarnos si es eso lo que queremos como vida. En el consumismo no encontraremos la felicidad. Les deseo una feliz Navidad -no consumista -, a la vez que les exhorto a revisar sus paradigmas vitales.
" El autor es asesor financiero
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