Publicado el viernes 22 de diciembre de 2006 - Edici�n No. 876 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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Lo que no se compra en Navidad
Julieta de Diego de Fábrega

Escribo esta pieza con mucha anticipación pues preveo que, como suele suceder a fin de año, el tiempo se hará cada vez más escaso con el paso de los días. A medida que se acerque el día cero, pasaremos más tiempo en el auto tratando de llegar a lugares donde las filas serán tanto o más largas que las que encontramos en los semáforos. Estaremos poco tiempo en casa aunque eso sería lo que preferiríamos hacer.

Mientras escribo esto, mi mente se aleja intermitentemente hacia la lista de regalos que me faltan por comprar y demás detalles que tengo que resolver antes de recibir a la familia en casa el 24. Hago un gran esfuerzo para concentrarme, pero me está costando. En un momento de inspiración encuentro la fórmula para engañar a mi propia mente. Haré una lista de las cosas que no tendré que comprar esta Navidad. La comparto con ustedes.

No tendré que comprar una familia. Dios dispuso que fuera la primogénita de un enorme clan que con los años se ha ido multiplicando como las cuentas de ahorro en las que uno deposita y no retira. A este escandaloso grupo, ese en que nací, fuimos añadiendo cónyuges, hijos y también el primer bisnieto de mi mamá. Somos diferentes, caminamos por distintos rumbos y, en muchos aspectos, vemos la vida de muchos colores, pero aún así nos mantenemos unidos y disfrutamos la compañía de quienes, alguna vez, fueron nuestros compañeros de travesuras. Esa afirmación tiene el solo propósito de hacerles pensar que nos hemos vuelto serios cuando en realidad todavía hacemos una que otra maldad juntos.

Por el lado de mi esposo el tumulto familiar se parece al mío, así es que cuando no estoy enredada por un lado, lo estoy por el otro. Una bendición que agradezco muchísimo pues estoy consciente de que no todo el mundo tiene la misma suerte.

No tendré que comprar amigos, pues tengo tantos cuanto el corazón me permite querer. Agradezco el cariño que me dan y me esfuerzo por devolverlo en igual medida. No pido que sean como yo ni que piensen igual que yo. Los acepto como son y sé que han aprendido a ver lo bueno que tengo. Lo malo saben tolerarlo y por eso nos llevamos tan bien.

No tendré que comprar fe, pues he aprendido a creer que hay un Dios que guía mis pasos y que si pongo en sus manos mi vida, esta será plena. Con los años he dejado de reclamarle las incomodidades que suele poner en mi camino porque todas han probado ser de gran utilidad.

No tendré que comprar amor. Este sentimiento me acompaña siempre. ¡Qué regalo! Espero poder ser buena custodiándolo y repartiéndolo. Deseo de todo corazón que todo el mundo reciba mucho amor, no sólo para las fiestas, sino cada día de sus vidas. Y para quienes piensan que no lo tienen, un consejo: busquen bien, siempre hay, lo que pasa es que a veces no lo vemos, enredados como andamos en tanta banalidad.

Podría comprar paciencia, pero como no la venden en Félix B. Maduro tendré que seguir luchando por encontrarla en algún rincón escondido de mi propio yo, aunque les confieso que esa es una batalla que estoy a punto de dar por perdida. A la listita de cosas por comprar podría añadir también tiempo, aunque acepto que la falta de él es exclusivamente mi responsabilidad. Nadie me impone tareas, yo las acepto porque sí.

Luego de este ejercicio concluyo en que podría pasar la Navidad sin salir de casa, sin hacerme mala sangre luchando por gastar dinero. Todo lo que una persona necesita para ser feliz ya lo tengo y, aunque me ha costado ganarlo, el precio que he pagado por tantas bendiciones ha sido justo. Mejor se daña.


 
 
 
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