Publicado el viernes 16 de noviembre de 2006 - Edici�n No. 872 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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Mis amados días libres
Julieta de Diego de Fábrega

Toda mi vida he amado los días libres; bueno, hasta hace un par de años, cuando descubrí que, en el mundo de las fechas de entrega y los vencimientos, un día de asueto puede significar tanto caos previo que a veces prefiere uno que no se lo den. Recién empecé a darme cuenta de la mar de trabajo que tenía que adelantar para irme, por ejemplo, una semana de vacaciones, no me alteraba mucho. Pero después que uno llega a esas edades que empiezan con cinco, el cuerpo no rinde igual.

Entonces, sucede que A la Mesa se debe imprimir por lo menos una semana antes de su fecha de publicación. Perfecto. No hay problema con eso, excepto si quiero ausentarme por una semana. Allí es donde la puerca tuerce el rabo. Como todo el mundo, tengo días y horas asignados para trabajar con el personal encargado de armar y demás que conviene respetar, pues en su programación entran además otro millón de productos.

Digamos pues que me toca ir a cerrar los viernes o sábados, que por cierto suelen ser los días en que uno sale de viaje, y pensemos que voy a estar ausente dos fines de semana, el que uso para viajar y el que uso para regresar. Eso significa que si mi viaje es del 10 al 18 de noviembre, yo tengo que dejar listos, revisados y aprobados los fascículos hasta el 2 de diciembre. ¿Me captan?

¿Qué sucede? Ya no me están gustando los días libres. Sólo de pensar el ‘trabajal’ que tengo antes y la corredera que me espera a la vuelta, prefiero quedarme trabajando de corrido y olvidar que el resto del mundo se ha paralizado. Estoy segura de que todo esto es producto de mi ‘avanzada edad’, pero así es como funciona la vida.

Recuerdo con mucha nostalgia mis días de colegio, cuando una tarde libre se disfrutaba como si fuera un paseo al cielo, y ni hablar de varios días de corrido, eso sí era lo mejor que le podía pasar a uno. Los años en que trabajé en banco fueron también una delicia, sobre todo porque estas instituciones tenían en aquellos días (década del 70) unos horarios bien cómodos para los empleados. No tanto así para los clientes, pero desde hace tiempo que se volteó la tortilla.

Creo realmente que mi conflicto con los días feriados empezó mientras trabajaba en el Aeropuerto de Tocumen administrando una tienda que abría 24 horas al día, siete días a la semana, 365 días del año. Este horario significa que en 24 horas ocurren tres días laborables, pues mientras el resto de los comercios están cerrados, la gente en el aeropuerto está muy envuelta en mantas y titiritando, pero atendiendo clientes.

Imagínense que al regresar luego de una semana de vacaciones tenía acumulado el trabajo equivalente a tres. Tan solo de acordarme me da un cansancio terrible. Pero, repito, eso fue hace muchas lunas y todavía no me dolían los juanetes -en sentido figurado- y mi cuerpo no se quejaba de absolutamente nada, excepto de hambre.

Creo que este año, o mejor dicho este mes, o en realidad esta semana -me preparo para el asueto del 10 de noviembre- es cuando más he sentido el descalabro que ocasiona en mi vida saltarme un día de trabajo, con todo y que los planes son deliciosos y mato por ejecutarlos. Pero, como bien dicen los norteamericanos, uno no puede tener su pastel y comérselo también. Viendo todo este asunto de manera filosófica puedo concluir en que por lo menos algo está bien: Llego a descansar totalmente agotada.

Ven que no todo anda al revés en el mundo. Me quito el sombrero y saludo con respeto a todas aquellas personas que diariamente van detrás de una fecha tope, de un plazo que cumplir, de un cierre. Son verdaderamente especiales.


 
 
 
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