Publicado el viernes 1 de junio de 2007 - Edici�n No. 898 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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POR LA SOMBRITA
Por uno pagan todos

El abuso de unos poquitos termina afectando al resto, incluso a quienes optan por mantener la boca cerrada para evitar que le digan 'sapo'.

Roxana Muñoz

No hay un salón de clases donde esto no haya pasado: un vivaracho (de maldad) esconde en medio de las fatigas de la hora de educación física los zapatos de otro alumno.

Después de preguntar 10 veces por su calzado, la víctima, enojada y humillada, apenas si logra aguantar las lágrimas, mientras el resto

lo mira con cara de ‘yo no fui’ y se ríe del hueco que tiene en la media derecha.

Emberracado, el maestro suelta su amenaza: ‘¡Aparecen los zapatos de Isidoro o ya van a ver!’. Si no aparecen, el docente termina castigando a todos (les pone una x en apreciación, los deja sin recreo o les cancela la excursión del viernes) y sentencia al final: ¡ya ven, por uno pagan todos!

Esta frase es muy popular en las escuelas y también en las casas donde viven muchos niños, ya sean primos o hermanitos. Alguien hace una travesura, como romper una lámpara o rociar una lata de Baygón hasta que se vacíe, y como luego nadie fue —los inocentes no quieren quedar como sapos— todos reciben castigo.

Lo que uno cree que es cosa de chiquillos que no saben limpiarse los mocos termina por extenderse a nuestra vida de adultos. No hay cosa más cierta en esta vida que por uno pagan todos.

En varias oficinas está ahora prohibido tener programas para chatear o conversar vía internet, lo que para unos era una forma de comunicarse y ahorrar tiempo, para otros era justo lo contrario, con ello le robaban horas a la empresa, hablando tonteras, calentándole la oreja a la de planilla o chismeando durante el tiempo que debían estar haciendo su trabajo. En pocas palabras abusaban. Solución: quitaron el programa y ahora nadie se beneficia.

Me cuenta un compañero que en su edificio está prohibido que los mecánicos estén en los estacionamientos. Qué regla tan tonta ¿O no? Es que la gente llevaba a estos profesionales para que le arreglaran el carro. El técnico hacía allí mismo lo suyo y dejaba piezas, cartuchos, cajetas y cables tirados. La administración se hartó y ahora por unos frescos (¿qué les costaba recoger su basura?) se creó otra regla tonta.

Todos en algún momento hemos dicho o por lo menos pensado: ‘Yo hago lo que se me da la gana, quién me va a decir algo’. Olvidamos que así como no nos gusta pagar el pato de otro, pues no deberíamos hacer que otros paguen los nuestros.

El último ejemplo de esto lo hemos visto este año en las inundaciones ocurridas hace unas semanas en San Miguelito. La basura, que algunos dijeron ‘qué importa si tiro este cascarón de refrigeradora aquí’ o ‘qué problema hay en dejar este colchón acá’, ha cambiado la vida de un montón de personas que ahora tienen que dejar sus casas, y otras se quedarán, pero temiendo el próximo aguacero.

Es rico creer que uno puede hacer y deshacer a su antojo, sin tener que rendir cuentas de sus actos a nadie.

También es cómodo quedarse callado, para qué meterse en líos. Aún cuando alguien esté haciendo algo terrible.

Lo que uno hace (o no hace) afecta al resto. Incluso a quienes tienen por única culpa quedarse callados y no decir quién agarró los zapatos de Isidoro.


 
 
 
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