Publicado el viernes 29 de diciembre de 2006 - Edici�n No. 876 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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LA VIDA EN FUCSIA
Llueve afuera y adentro
Ileana Pérez Burgos

Soy de lo más llorona, ya se los he dicho más de una vez. Así que esto de despedirme para mí es un horror. He comenzado y recomenzado esta carta miles de veces y nada que acabo. Me trae la misma sensación del día que dejé París, que fue donde comenzó este asunto. Desde la ventanilla del taxi contemplé los bellísimos edificios crema con sus característicos techos grises abombachaditos. . . Llovía, la gente caminaba rápido e inexpresiva bajo sus paragüitas.

Le di a la ciudad, tan bella y coqueta, un adiós sin lágrimas. Había llegado allí enamorada de la ciudad y como todo amor me dio momentos cargados de suspiros y también tristes sacudidas, y como otros tantos enamoramientos tuvo fecha de expiración.

Fue justo ese viaje de un año lo que inspiró ‘La vida en fucsia’, pues nada me parecía tan excitante como estos días en los que eres dueña absoluta de tu tiempo y de tus recursos, ya no te riges por papá y mamá, y no has echado anclas en una relación.

Eso de que las solteras están allí como on hold esperando al amor de su vida me parecía la cosa más cursi, porque las solteras estamos viviendo a plenitud y disfrutándolo.

Parte de esa diversión para mí, Roxy y Esther, fue escribir esta columna. En esta página les he contado detalles que a veces no saben ni mis amigos, y hasta mi mami se ha persignado más de una vez o buscado un cartucho para taparse la cara de la pena cuando alguna compañera de trabajo le dice ‘¿así que usted usaba minifaldas bien cortitas?’.

Tal vez no se hayan dado cuenta, pero para una tímida como yo, eso de contarle su vida personal a miles de desconocidos es todo un acto de valentía. Lo que más me asombra es que les hayan gustado mis cuentos, gracias de corazón.

Pero. . . hay cosas que no les he dicho, y en esta despedida se las diré como quien se arranca una curita.

¡¿Listos?!

Estoy enamorada, bien enamorada, hasta las zapatillas, y desde hace un año, y la relación se pone cada vez mejor.

Eso sí, nada de preguntarme si me voy a casar. No. . . por ahora. La verdad, no lo sé. No hay planes de ese tipo. Sigo en fucsia, con novio, pero en fucsia.

La otra noticia es que aunque montones de personas me digan ‘no cuentes tus planes porque luego no se cumplen’, ustedes para este punto ya son mis buenos amigos, así que les cuento que para el otro año espero cambiar mi cálido y desordenado hogar en el sótano de la casa de mis padres, por un apartamento de soltera con balconcito. Ese salto me está costando grandes sacrificios -cambié Multiplaza por La Gran Estación y Friday's por comida hecha en mi estufita de dos quemadores- pero estoy segurísima de que valdrá la pena y hubiera matado por contárselos cuando ocurriera.

Respiro. Dichos los secretos, me puedo despedir. ¿por qué acabar la columna? No me pidan razones, tal vez Roxy y Esther lo puedan explicar mejor. Es como cuando dejé la mamadera a los siete años -sí, lo sé, estaba ya muy vieja para eso-, no la quería dejar, me seguía gustando, por mí todavía estaría tomando ponche de frutas con chupete, pero había llegado a otra etapa y había que decir adiós a algunas cosas. Algo así es este momento. Me cuesta mucho dejarlos.

Ha sido como un largo y ardiente affair de cinco años. ¿Cómo despedirme? Pero siento que sencillamente mi pluma se ha ido quedando sin tinta, o será que me estoy poniendo vieja, no lo sé. Las tres fucsias nos reunimos una tarde lluviosa y decidimos que ya era hora de partir.

Aquí he dejado las vivencias, pensamientos y sentimientos de una intensa etapa de mi vida que no volverá jamás y que quisiera leyeran mis nietos si los llego a tener. Me llevo la felicidad de las cartas recibidas de los lectores, del lanzamiento de mi primer libro redactado en buena compañía, y el haber encontrado mi propia voz al escribir. Fucsia es un momento que atesoraré por el resto de mi vida, sea cual sea el rumbo que tome. Gracias por compartir este camino conmigo.

Como toda mujer
Esther M. Arjona

Hay días en los que cuando abro los ojos y me ciegan los rayos de luz del sol sonrío porque sé que me espera una mañana calurosa y llena de vida. Otros días esos mismos rayos del sol me provocan un muy mal despertar. Con lo rico que estaba soñando. . .

En ocasiones solo hago sentarme frente a una computadora con un documento que en pantalla luce blanco y como por arte de magia, con el movimiento de mis dedos sobre el teclado, palabras y más palabras empiezan a fluir. Otras veces debo esperar a la hora final para sentir esa ansiedad que debe brotar de la mente de un artista cuando tiene un lienzo en blanco horas antes de una exposición.

Vivo días llenos de optimismo y planes, días llenos de actividad y metas por cumplir y también vivo días en los que quisiera sencillamente quedarme bajo las sábanas hasta que el reloj me anunciara que 24 horas pasaron.

Hay días en los que me siento capaz de comerme el mundo y otros en los que me asusto al pensar que éste me puede comer a mí.

Algunas veces me siento muy alegre. Una lista de amigos y conocidos podrían decir que no me han visto nunca sin una sonrisa. Otros sencillamente piensan que estoy amargada y que me tomo muy en serio la vida.

Qué les puedo decir, así soy yo, como toda mujer.

Mi vida, como la de toda mujer, se reparte entre risas y lágrimas, emociones que nos acompañan a diario y marcan cada una de las situaciones que he vivido.

Con risas recuerdo aquellos momentos compartidos con mis grandes amigas, los momentos en que me sentí ilusionada, aquellos chascos con los pretendientes que pensaba eran buen partido y que resultaron unos verdaderos lunáticos.

Las lágrimas, vienen a mi mente con aquellas decepciones de las que pensaba no podría recuperarme, algunas malas decisiones de las que no pude escapar en la vida, las despedidas que por algún tiempo me dejaron un vacío. . .

Estos últimos cinco años he compartido un montón de esas emociones con ustedes y ha sido una fantástica experiencia que me ha permitido conocerme, conocerlas y además crecer.

Y probablemente sonará como descubrir el agua caliente, pero, cuánto bien nos hace saber que no somos las únicas a las que nos suceden cosas, saber que aunque se haya tenido el peor de los días, se puede contar al siguiente con uno mejor, saber que si una se equivoca puede rectificar y seguir adelante, saber que el futuro está lleno de oportunidades, saber que aunque la vida esté llena de luchas y contradicciones se puede vivir de forma brillante, intensa, alegre, en fin, ¡fucsia!

Esto es lo que ha representado este espacio para mí. Una forma de decir que cada una de nosotras es dueña de su mundo y de su vida, que cada una de nosotras puede llegar tan lejos como quiera, que no nos hace más ni menos estar solas o en muy buena compañía, pues todo depende de lo que queramos hacer, que si estamos bien con nosotras mismas podemos estarlo con el resto del mundo.

Espero que para ustedes haya significado lo mismo. Gracias por haber formado parte de este hermoso proyecto que, lejos de terminar hoy, se mantendrá en mí por lo que resta de mi vida.

Me siento muy satisfecha hoy aunque ningún día sea perfecto. Quiero y me quieren; soy dueña de mi futuro, trabajo duro por él; disfruto de lo bueno de la vida y si del cielo me caen limones puedo conseguir los demás ingredientes para hacer una margarita; estoy a medio camino y en esa mitad que resta disfrutaré de cada momento de la jornada. Pero esto no es nada extraordinario, son cosas de la vida de toda mujer.

Espero no decepcionarlos
Roxana Muñoz

Una de las vergüenzas más grandes que he pasado, mejor dicho, una señora pena, me ocurrió cuando estudiaba tercer año en el Instituto Justo Arosemena, el IJA del Casino, que ya hace unos años demolieron.

Fue en una clase de español. Había que decir una poesía y casi todos los alumnos, uno por uno, empezando por los de apellidos que iniciaban con A, habían dicho que no se la sabían o mal que bien se habían parado frente al tablero para hacer el ridículo, tartamu-deando algunas estrofas.

Casi llegando a la M de Muñoz, la profesora se hartó de tanta negligencia e inició una cantaleta diciendo que aquello era una vergüenza, que ya estábamos grandecitos para ser tan irresponsables, que si éramos el futuro de la patria, pobre Panamá, y todas esas frases malucas que –hay que aceptarlo– merecidamente dicen los profesores cuando están enojados.

Pero –y esta fue la parte mala para mí–, agregó, ‘por suerte siempre hay excepciones con alumnas como Muñoz. Ella sí que cumple con las tareas. Muñoz sí es responsable, sí es aplicada, pase adelante’, me dijo, ‘para que vean cómo se dice una poesía’.

Me paré enfrente de la clase. Efectivamente sí me sabía la poesía, pero temblaba de pies a cabeza por la cantidad de elogios que me había echado la profesora encima; las manos me sudaban frío. Sentía la mirada de ‘y ésta qué se ha creído’ de parte de mis compañeros. Me quedé en blanco, se me olvidó la poesía.

Pasaron segundos que me parecieron minutos, no podía decir nada. La profesora me miró, los alumnos me miraban, algunos con burla, y al final la profesora tuvo que decir, con la cabeza baja y un suspiro: ‘siéntese Muñoz’.

Nunca olvidaré el nombre del poema: Las lenguas de diamante, de Juana de Ibarbouru.

Muchas veces escribiendo esta columna me he sentido así. Como que la gente abre la página, ve mi nombre y se hace una expectativa de que viene algo bueno, y pienso si no pasará como en ese episodio de mi tercer año en que me quedé en blanco.

‘La Vida en Fucsia’ me ha permitido crear lazos con gente que no he visto y que tampoco me reconocería en la fila del supermercado: los lectores. Pero también me ha permitido acercarme a otras personas de mi comunidad y que ahora me suben la autoestima cuando me dicen ‘leí la columna’.

No todo ha sido color de fucsia. Ya me ha pasado que llamo por teléfono enojada para quejarme por algún servicio mal prestado y cuando digo mi nombre me salen con ‘ay, ¿usted es la de la columna? Yo siempre la leo’. Me desarman, se me va la fiereza a las suelas y no puedo reclamar como es debido. No sé si se aprovechan de mi nobleza o de mi vanidad.

A todos los lectores, gracias.


 
 
 
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