Publicado el viernes 10 de noviembre de 2006 - Edici�n No. 871 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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Pensando en la inmortalidad del cangrejo
Julieta de Diego de Fábrega

El ejercicio de pensar es saludable. Lástima que hoy en día tenemos poco tiempo para hacerlo. Vivimos en un mundo que reclama de nosotros reacción tras reacción sin mucha deliberación entre una y otra. No es un buen estilo de vida. Los asuntos existenciales deben poder saborearse y digerirse. Pero no, hoy tragamos sin tan siquiera masticar.

A veces, cuando me pongo a observar a la gente que vive en el interior del país, tanto en ‘ciudades’ como en comunidades rurales, noto que se pasan largos ratos sentados calladitos en una silla mirando hacia la nada, pensando. Quisiera por un momento ser ellos y tener tiempo para pensar. Lo peor del caso es que en muchas ocasiones ese estar desocupados se critica como si fuera un pecado.

Ante la situación no puedo dejar de preguntarme por qué elegimos la corredera y el estar siempre ocupados en lugar de reservar un momento cada día para pensar en la inmortalidad del cangrejo. ¿Quién habrá decidido que los cangrejos son inmortales? ¿Será porque un análisis profundo nos obligaría a descubrir que estamos simplemente pasando por la vida sin vivir?

¿Será porque no queremos aceptar que vivimos de acuerdo a un imaginario impuesto por la sociedad y que no es necesariamente el propio? Por ejemplo, de acuerdo a los estándares modernos, quien escoge trabajar menos de 18 horas al día es un vago y quien se conforma con lo que tiene es una persona sin ambiciones. ¿Quién decidió que tener más cosas nos haría más felices?

Por alguna razón desconocida nos hemos vuelto prisioneros de los sueños ajenos. A diario miramos hacia la casa del vecino y añadimos a la lista lo que él tiene como indispensable. ¿Cuántas veces hemos querido caminar en zapatos ajenos y cuando lo hacemos concluimos que los que llevábamos puestos eran mucho más cómodos?

Poco a poco hemos ido creando la sociedad de las comparaciones y las envidias simplemente porque no nos detenemos a pensar si vamos en la dirección correcta o nos limitamos a seguir a la multitud sin rumbo para llegar a viejos y descubrir que estamos en la casa ajena donde nada es familiar ni querido.

Nuestros cuerpos se han vuelto adictos a la adrenalina y sin ella nos sentimos desnudos, desprovistos de empuje y hasta confundidos. Sin estrés o presión no somos capaces de tomar decisiones, no sabemos cómo. Cada mañana despertamos convencidos de que este es el día en que todos nuestros sueños se harán realidad, sin comprender que si los proyectos de vida se lograran en un día no serían proyectos de vida.

Cuando mis hermanos y yo éramos adolescentes y le pedíamos un permiso a mi papá sabíamos que recibiríamos una de tres respuestas: sí, no, o, voy a pensarlo. Nos tomó poco descubrir que voy a pensarlo significaba no en el 99% de los casos. Me imagino que cada vez que mi papá usaba esta respuesta lo hacía convencido de que el tiempo adicional que ganaba haciéndonos esperar, nos permitía prepararnos emocionalmente para su negativa.

No siempre le funcionaba pues una vez que descubrimos cómo funcionaba el asunto usábamos ese tiempo para buscar apoyo para el sí. Pero independientemente de que su método fuera o no eficaz, el caso es que nos fuimos acostumbrando a que no todo se puede decidir en el momento. Con los años he logrado entender que si cada día reservo unos minutos para pensar tendré ya preparadas las respuestas necesarias en el momento que surja la necesidad de expresarlas. De lo contrario, probablemente tomaré una decisión condicionada por los eventos del momento.

Tiempo siempre hay, aunque uno piense que no. Podemos, por ejemplo, apagar la televisión por media hora y quedarnos quietecitos en una silla pensando en la inmortalidad del cangrejo. Seguramente resultará muy productivo.


 
 
 
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