EL PODER DE LO DIMINUTO
Si�ntese un d�a a observar a una familia de hormigas trabajar y tendr� por fuerza que concluir que dominan a la perfecci�n el arte de la planificaci�n y el trabajo en equipo
Julieta de Diego de F�brega
En mi casa hay una plaga de hormigas. No crean que es una plaga normal, ni que estoy hablando de inofensivas hormiguitas que dedican su vida a mover pedacitos de hojas de aqu� para all�. �No! Mis hormigas son cosa seria. A veces creo que invernan, pues por ratos parecen desaparecer y quiz�s tomando en cuenta la �poca del a�o en que se esconden ser�a m�s apropiado decir que veranean, pero bueno, esos son s�lo detalles min�sculos, lo grande, lo desesperante de mis hormigas es que no son vegetarianas, estas mini-plagas comen de todo, desde ropa hasta gente.
Para que entiendan mi desesperaci�n les voy a listar algunas de las cositas que se han comido, adem�s de mis adorados suetercitos de dormir... saben esas camisetas antediluvianas, bien gastaditas. O.k. empiezo: devoraron los circuitos electr�nicos de varios tel�fonos de mi casa, se hartaron algo adentro de los controles de mi lavadora ocasion�ndole una crisis nerviosa de primera magnitud, anidaron en los relojes de control del compresor de mi congelador y logr� salvarlos por un pelo. De m�s est� decir que pican horrible, especialmente de noche y aunque usted no lo crea, yo puedo dejar en el mostrador de la cocina un plato con az�car y no lo tocan. Son definitivamente hormigas electr�nicas del siglo XXI.
Ustedes se estar�n preguntando por qu� no he hecho nada al respecto. Mi esposo lo hace. Me mira fijamente y me dice que llame a la fumigadora. Le contesto que ya vino y no pas� nada. Me dice que llame a otra. Le digo que eso tambi�n lo hice ya, sin ning�n �xito y entonces viene el suspiro ese que siempre sale acompa�ado por la mirada hacia el cielo que todas las esposas sabemos que significa xysjduous..., pensamiento �ste que nos ofende.
�Ya he llamado a cuatro fumigadoras�, le contesto. Todas han venido, todas han fumigado, todas me han prometido resolverme el problema y todas, absolutamente todas me han mentido, porque las hormigas siguen felices y contentas celebrando cumplea�os en mi casa. Para complacerlo, llamar� a la quinta antes de salir a la ferreter�a a comprar una m�scara antig�s y un kilo de Hormitox, evacuar mi hogar, dulce hogar, disfrazarme de astronauta y salir yo misma a la caza de mis inquilinas.
Ahora bien, mientras planifico mi ataque final, observo al enemigo. Dec�an los grandes estrategas que una de las formas m�s f�ciles de perder una batalla es subestimar al enemigo. Yo respeto a mis hormigas. Son de la raza diminuta, no son ni negritas, ni totalmente fulitas, m�s bien �pelicasta�as�, si es que cabe el adjetivo. Salen de sus escondrijos en fila india y alternan las v�as de acceso a su destino final. Es decir, a veces entran por la cocina, otras por la lavander�a y de vez en cuando las veo venir por las escaleras que vienen del piso de abajo.
Una vez escogida la presa, all� se instalan silenciosas a trabajar y se dejan ver s�lo si uno por accidente jamaquea mucho el lugar donde trabajan. En mi tel�fono, por ejemplo, tienen que haber vivido varios d�as antes de que yo me diera cuenta de su presencia. Son pacientes, pues si uno las ahuyenta de un lugar se van sin mucho alboroto, pero tenga por seguro que a los dos o tres d�as vuelven. Y es casualmente, esa persistencia sumada al elemento sorpresa es lo que crea el sentimiento de terror que se apodera de nosotros, sus v�ctimas.
Yo me acuesto pensando si mi computadora ser� su pr�xima presa. Sufro pesadillas recurrentes de que todo en mi casa se detiene: la refrigeradora, los relojes, la secadora, en fin, todo. Y lo que m�s me aterra de todo es que luego de una prolongada guerra �que yo voy perdiendo� cada d�a admiro m�s a mi adversario. Y concluyo que en muchos aspectos, me gustar�a ser como mis hormigas electr�nicas.
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