Publicado el viernes 23 de enero de 2004 - Edici�n No. 729 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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�Resuelvo? �No resuelvo?

Pocas tentaciones hay m�s grandes para un padre que tratar de convertir la vida de sus hijos en un lecho de rosas. Pocos errores hay m�s grandes que hacerlo

Mi pap� era un hombre supremamente estricto, especialmente con sus hijas mujeres. Por esta raz�n, la lista de actividades permitidas siempre fue m�s corta en mi casa que en los hogares de mis amigas. No pod�amos dormir en casa de nadie, si quer�amos ir al cine ten�amos que hacerlo con mi mam�, las minifaldas y los biquinis nunca pasaron revisado, y los permisos para fiestas se otorgaban con cuentagotas.

En cuanto a las tareas que deb�amos realizar, la historia era totalmente diferente. En ese departamento se necesitaban varias p�ginas para anotar todo lo que se esperaba de nosotros. Siete hijos pueden agotar la energ�a a cualquiera, por lo que en casa desde muy temprana edad ten�amos que aprender a cargar nuestro propio peso y en ocasiones el de alguno de nuestros hermanos m�s peque�os. Siempre he pensado que el secreto del �xito de nuestros padres en este sentido fue ense�ar estilo Tom Sawyer: Haci�ndonos ver que est�bamos jugando. Y hablando de jugar, entretenernos tambi�n era nuestra responsabilidad.

Desafortunadamente, hay que usar la toga de padre por varios a�os para empezar a valorar el trabajo de quienes nos entrenaron a nosotros. Por supuesto que no todo se puede repetir, pues los tiempos cambian y es necesario amoldarse a nuevas situaciones, pero hay ciertas cosas que sorprendentemente permanecen iguales a pesar de la tecnolog�a y los adelantos cient�ficos.

La sensaci�n de triunfo, por ejemplo, se logra �nicamente cuando se termina una tarea y es directamente proporcional a la dificultad del trabajo realizado. Entre m�s dif�cil el proyecto, mayor la satisfacci�n cuando le ponemos punto final. �Qu� sucede entonces cuando los padres toman las riendas y se adue�an del proyecto a medio camino? Hay dos posibilidades: Se comparte el triunfo, lo cual en ocasiones es bueno, pues fortalece las relaciones entre padre-hijo, o el joven siente que fracas� y que un adulto tuvo que salir al rescate. La primera situaci�n se da cuando la ayuda del adulto viene en forma de sugerencias o consejos que el joven puede tomar, dejar o adaptar al plan de trabajo que se ha trazado.

Creo que la mayor�a de nosotros puede identificarse con este escenario, pues en m�s de una ocasi�n hemos enfrentado situaciones similares en diferentes etapas de nuestra vida. Las m�s recientes seguramente estar�n directamente vinculadas con la vida profesional de cada uno, pero basta hacer memoria para preparar una listita de instancias en que alguien nos hizo sentir in�tiles con tan solo arrebatarnos el trabajo que nos hab�a asignado.

Y no hablo de asuntos complicados, pues estoy convencida de que para que el aprendizaje sea efectivo debemos empezar por las cosas f�ciles e ir paulatinamente aumentando el grado de dificultad. No conozco todav�a a nadie que haya resuelto una ecuaci�n de tercer grado sin haber aprendido a sumar primero. Si su hijo de cuatro a�os quiere tomar leche con chocolate usted puede prepar�rsela y asegurarse de que su cocina queda impecable o puede pararse junto a �l e irle dando las indicaciones necesarias para limpiar las gotitas que cayeron fuera del vaso durante el proceso de revolver su contenido. �Cu�l de los dos ni�os cree usted que ser� m�s feliz?

Lo m�s importante es que los padres saquemos el tiempo para explicarle a nuestros hijos los pasos necesarios para alcanzar el triunfo, luego de lo cual debemos soltarles la mano y dejarlos caminar solos. Necesitan fortalecer los m�sculos y un par de raspones no los van a matar, al contrario, en la mayor�a de los casos se convierten en trofeos. Yo, honestamente me asombro de la creatividad que tienen los muchachos de hoy. Me imagino que se debe al hecho de haber nacido en un mundo que anda a mil, en el que los est�mulos est�n a la orden del d�a.

Bien orientada producir� una cosecha de genios como nunca antes se ha visto en la historia del hombre.

Una imagen que siempre me ayuda a contenerme cuando siento el impulso de salir al rescate de mis hijos es la del d�a en que dieron sus primeros pasos. Aquel despegue bamboleante, inseguro y a la vez intr�pido fue siempre igual: Yo, con el coraz�n en la boca, ellos, con una amplia sonrisa en los labios. Todos saben caminar.