Publicado el viernes 5 de diciembre de 2003 - Edici�n No. 722 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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Acuerdos salvadores: el segundo

Lograr entender el concepto de que no debemos tomarnos las cosas a t�tulo personal es medio complicadillo, pero si lo logramos nos haremos inmunes a la cr�tica destructiva

Julieta de Diego de F�brega

Aquellos de ustedes que leyeron esta columna la semana pasada se habr�n dado cuenta que solo tuve espacio para hablarles del primer acuerdo de los cuatro que Miguel Ruiz plantea en su libro. Completar� la secuencia con �sta y las pr�ximas dos semanas.

Aunque Ruiz afirma claramente que los acuerdos se enuncian en orden de importancia yo, personalmente, encuentro que el segundo es lo m�ximo. �Nada es personal� podr�a ser una traducci�n aproximada del segundo acuerdo, y lo que quiere decir es que no podemos tomar las acciones de terceras personas como algo que hacen espec�ficamente para molestarnos, herirnos o hacernos sufrir.

No s� si me he explicado, as� es que usar� un ejemplo: Digamos que su jefe le pide que le dise�e un programa de c�mputo mediante el cual se pueda cuantificar cu�nto le cuestan a la empresa las ausencias y tardanzas de sus empleados. Usted como es bien eficiente se pasa dos semanas trabajando d�a y noche para entregar un producto que, de acuerdo con su juicio, es de primera calidad.

Llega a la oficina de su jefe el d�a 16 con un fajo de formularios (que usted mismo ha dise�ado) una presentaci�n en Powerpoint, un documento en Excell con veinte mil columnas en las que aparecen todas las simulaciones posibles, en fin, todo lo que usted pens� que su jefe quer�a. No han pasado cinco minutos cuando Toro Sentado interrumpe su presentaci�n para decirle que �eso no es lo que �l le pidi�. A ver, quiz�s no me expliqu�, contin�a: Yo quer�a una cosita sencilla que cualquier tonto en la oficina pudiera alimentar, sin tener que tomar un doctorado en c�mputo.

Usted seguramente se siente como si estuviera dentro del World Trade Center y fuese 11 de septiembre. Mil emociones se dan de codazos en su coraz�n. Siente rabia por el trabajo perdido y frustraci�n por no haber entendido lo que el jefe quer�a. Adem�s se siente humillado por la forma como su jefe le habl� y, por supuesto, que todo a su alrededor luce grande mientras que usted se volvi� hormiga bajo los efectos de la chiquitolina.

Sale de all� con el rabo entre las piernas y sus primeras palabras son: �ya sab�a yo que este tipo me odiaba�. Bueno, resulta ser que nuestro amigo Miguel Ruiz piensa que las cr�ticas no son producto de nuestras acciones, sino de la realidad de quien las efect�a; aunque quiz�s si matamos a alguien las merezcamos.

No es personal, tu jefe no te odia a ti. Posiblemente no est� conforme con el trabajo que le hiciste (y aqu� nos tocar�a analizar si �l fue impecable con su palabra y te dijo exactamente lo que necesitaba), pero eso no significa que no est� conforme contigo. Ven que la cosa se va poniendo m�s dif�cil porque, por lo general, nos toca vivir con los acuerdos ajenos y la verdad es que si no estamos preparados para dejarlos pasar sin que nos afecten, la vida se nos pone de cuadritos. O, m�s bien, somos nosotros mismos quienes la cuadriculamos.

Pensar que la gente nos �tiene ley� es una conducta que arrastramos desde los a�os de colegio. Es cierto que muchas veces los profesores pierden la paciencia o le ponen la punter�a a un alumno en especial, pero son humanos, tienen derecho a levantarse alg�n d�a con el pie izquierdo. Adem�s, es muy posible que ellos, con sus propias experiencias, hayan creado lo que se supone que es el maestro ideal, que por supuesto se desarrolla �nicamente si tiene frente a s� al alumno ideal.

Podr�amos concluir que el gusto o disgusto por una cosa es un asunto de percepci�n. Est� el alumno que piensa que si el maestro le pregunta mucho en clases es porque lo aprecia, mientras que su vecino de enfrente ve en cada pregunta un acto de agresi�n. Pero no es personal. Este acuerdo no es tan f�cil de lograr porque generalmente nuestro corazoncito nos manda el mensaje de que est� herido y nuestra cabeza no recuerda que �se nos tiene que resbalar.� Pero �ojo! Que los buenos consejos, aquellos emitidos con palabra impecable, siempre deben ser escuchados.