Publicado el viernes 20 de julio de 2007 - Edici�n No. 905 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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POR LA SOMBRITA
Apúrese, muévase. . .

Vivimos tan de prisa que pensamos que si pitamos una y otra vez el carro que va adelante avanzará más rápido o que al apretar el botón del ascensor repetidamente llegaremos antes.

Roxana Muñoz

Un trabajo que requiere sacos de paciencia es atender una tienda cerca de un colegio. Es un buen negocio durante el periodo escolar, porque cuando se trata de burundangas los niños son un pozo sin fondo, lo malo es que hay que ser un héroe, casi un santo, para no estallar mientras se tiene alrededor por lo menos a 10 chiquillos demandando a gritos: ¡dame un duro!, ¡un duro!, ¡un duro!,

¡un duro!, ¡una galleta!, ¡ey, te di un cuara!, ¡tienes carrizo!, ¡tienes cambio para cinco dólares!, ¡mi duro!

Lo que tienen en común esos niños —aparte de buenos pulmones— es que no saben esperar. Todos quieren que se les atienda de ya para ya. Se supone que los niños no saben de la paciencia, y son los adultos quienes les enseñan a desarrollarla. Pero esta habilidad es cada vez más difícil de transmitir porque hasta a los grandes les cuesta.

La gente entra a un elevador y aprieta el botón repetidamente para ver si así el ascensor alcanza la velocidad de un cohete o se convierte en un teletransportador que lleve casi instantáneamente al piso 21.

Estamos en la fila del semáforo y tan pronto cambia la luz el carro número seis empieza a pitar y a pitar y a pitar. . . a ver si así los automóviles que están adelante avanzan más rápido. Con esa bulla lo que sí llega a la velocidad del rayo es la ira entre los demás conductores.

Algunos conductores se niegan a dar paso a los peatones porque están muy apurados, no importa que a pocos metros lo que les espera es un tranque.

En las filas del supermercado o del banco no falta gente que mueve los pies o agita un bolígrafo con un ‘tiqui’, ‘tiqui’, ‘tiqui’ ansioso. En sus caras se puede leer: ‘¡uf!, por qué no se apuran’.

Incluso cuando vamos de vacaciones a un lugar, queremos ver la mayor cantidad de cosas en el menor tiempo posible. Tenemos esa sensación de que no nos alcanza el tiempo y no disfrutamos para nada en la espera.

Cuando uno está en primer grado escolar sueña con llegar a sexto. Cuando se está en sexto grado, qué ansias por entrar a secundaria, y así sucesivamente, hasta que se es adulto. Al empezar a trabajar la vida empieza a volar. Si me parece que apenas ayer soñábamos con el año 2000 y sus maravillas ‘futurísticas’, como autos voladores o teléfonos que tuvieran pantalla de video. Ningún carro vuela todavía, pero ya resulta que el año 2000

es viejo, ¡estamos a siete años de distancia! y ¿cuándo se pasó ese tiempo?

No sé, no sé, será por eso que en este momento escribo esta columna, contesto el teléfono, oigo música y me hago la manicura.


 
 
 
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