Publicado el viernes 20 de julio de 2007 - Edici�n No. 905 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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Un desastre fabuloso
Julieta de Diego de Fábrega

En ocasiones anteriores les he comentado que a mi esposo le encanta cocinar en la barbacoa. Dice que es una forma buenísima de congregar a la familia y compartir las vivencias más recientes. Tiene mucha razón, especialmente en nuestro caso, pues, como nuestros hijos ya todos son adultos, tienen vidas y horarios que muy pocas veces coinciden con los nuestros.

Llegó pues el domingo y el jefe avisó que en la tarde habría barbecue. Se hicieron las hamburguesas en casa, se picaron las papas y se enfriaron las cervezas, así es que parecía que el evento sería todo un éxito. Sin embargo, como dicen por ahí, ‘el hombre propone y Dios dispone’.

En este caso propuso que durante la última limpieza quedara una de las válvulas de gas ligeramente abierta, por lo que el tanque perdió gran parte de su contenido. Luego del ‘oreo’ de rigor para eliminar los vapores, el cocinero encendió la llama, que a duras penas logró calentar un par de chorizos antes de extinguirse totalmente.

Conseguimos un ‘voluntario obligado’ que fuera a comprar otro tanque y cuando llegó pensamos que el evento transcurriría sin mayores percances. Nos equivocamos. La válvula del tanque estaba defectuosa y no dejaba pasar suficiente gas para calentar la parrilla.

Les adelanto que entre una cosa y la otra teníamos tiempo de sobra para darle a la lengua, que a fin de cuentas era el propósito principal de la reunión, ya que por un momento albergamos la esperanza de que el chéchere funcionara. Cuando finalmente concluimos que la situación no iba a mejorar, volvimos a mandar al ‘voluntario’ en otra misión, esta vez, cambiar el tanque por uno que funcionara.

El hombre llegó con el dinero y el tanque vacío, pues no había más tanques en la bomba de gasolina y, por ser domingo, las posibilidades de encontrar un lugar abierto que pudiera despacharnos un tanque eran pocas. En esta segunda misión lo acompañó una de sus hermanas, así es que presumo que el tiempito les sirvió para comentar aquellas cosas que preferían no mencionar delante de nosotros o simplemente para burlarse de nuestra constante preguntadera que suele sacarlos de quicio.

Ya para estas alturas todos estábamos desfallecidos de hambre, así es que los ‘misioneros’ llamaron para decir que pusiéramos a cocinar las hamburguesas en la sartén, pues de lo contrario existía el peligro de que la familia cayera en prácticas canibalísticas.

Para que tengan una idea, este evento empezó como a las 4:00 de la tarde y finalmente nos comimos las hamburguesas pegándole a las 8:00 de la noche. Lo bueno del asunto es que la comida desapareció de los platos en un santiamén y además compartimos juntos por mucho más tiempo del que lo hubiéramos hecho si todo hubiese salido a pedir de boca.

Aunque el incidente no fue de mucha gravedad, me recordó las tragedias mecánicas que vivía la familia cuando mi papá organizaba paseos en lancha -que eran todos los domingos-. En aquellos días nos parecía fatal que se dañaran los motores o que al trailer se le flateara una llanta estando uno cansado y mojado, pero con el pasar de los años descubrimos que cada percance había sido una oportunidad de aprendizaje, especialmente en lo que a trabajo en equipo se refiere, pues siempre se necesitaban muchas manos para resolver el problema.

Por otro lado, descubrimos que una vida sin percances es una vida sin cuentos, ergo, una vida aburridísima. Y ¿quién quiere llegar a viejo para concluir que ha estado aburrido por 80 años y que solo puede hablar del estado del tiempo? Seguramente nuestro barbecue fallido permanecerá en la memoria familiar por mucho tiempo y servirá como punto de partida para recordar toda la información importante que se discutió durante el mismo. En otras palabras, el desastre resultó ser fabuloso.


 
 
 
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