Publicado el viernes 8 de junio de 2007 - Edici�n No. 899 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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POR LA SOMBRITA
El mito del papá blando

Ningún adulto se enorgullece, por lo menos no en voz alta, de unos papás que le dejaron hacer todo lo que le vino en gana.

Roxana Muñoz

A nadie, todavía, he escuchado decir: ‘Qué bueno era mi papá, me permitía ver El Show de Benny Hill hasta las 12:00 medianoche. Me compraba todo lo que yo pedía después de hacerle un berrinche y por más veces que reprobé, siempre me compró regalos de Navidad. ¡Mi papá era lo máximo!’.

Nadie, absolutamente nadie (que tenga más de 25 años, por supuesto) se enorgullece de unos papás que le dejaron hacer y deshacer todo lo que le vino en gana.

Cuando se es niño, los padres muchas veces asumen en nuestra vida el papel de los tipos más aburridos, malvados y amargados del mundo. No quieren que duermas en casa de Susanita, no te dejan tomar bebida roja en el desayuno.

Todo el tiempo están machacando con eso de ‘¿ya hiciste la tarea?’ y para colmo siempre están con la cantaleta de que las cosas están muy caras y de que la plata no crece en los árboles.

Todas esas restricciones generan un resentimiento que no se le quita a uno si no hasta que tiene su primer trabajo.

A partir de ese momento el mundo se nos presenta tal como es y en la garganta se nos atora la frase: ‘mi mamá tenía razón’. Digo que se nos atora porque es hasta los treinta y tantos en que uno finalmente se atreve a decirle a los papás, entre dientes: ‘tenías la razón en ponerme reglas y te lo agradezco’.

Unos, más temprano que otros, empiezan a decir por allí a amigos o a sus sobrinos malcriados: ‘Yo tenía que ahorrar si quería comprarme algo’; ‘A mí no me dejaban andar en la calle después de las 8:00 p. m. ’; ‘Tu abuelito me compraba zapatillas de educación física cada tres años y no eran de marca’.

Y todo eso empezamos a decirlo –créalo o no– con orgullo.

Es curioso que lo mismo nos ocurra con los profesores. Recordamos con admiración a aquellos que nos exigían más, que no se conformaban con un trabajo mediocre y que nos hacían andar derechitos. De los profesores blandos, que posponían el examen porque no habíamos estudiado, que nos dejaban copiar una que otra vez y que trataban dizque de ser nuestros amigos al no regañarnos tanto, de esos nos olvidamos del nombre y del rostro.

Una preocupación de muchos padres ha sido siempre: ‘quiero darle a mis hijos lo que yo no tuve’. Eso significa hoy buena educación en una escuela privada, si es posible, donde le enseñen inglés (porque para muchos de nosotros ese ha sido nuestra pata coja).

Pero para otros padres darle lo mejor se entiende como que el chiquito tenga lo último de la tecnología, que no sufra porque su celular sea un ‘ladrillo’ o que no sienta pena porque las vacaciones de sus amiguitos son mejores que las que uno puede pagarles.

He visto en amigos y conocidos —gente rara quizás— asomar un tono de superioridad en su voz cada vez que pueden decir: ‘este carro me lo compré yo’ o ‘mis estudios los pagué con mi trabajo’. Ninguno de ellos habría sido tan tonto para haber despreciado un carro obsequiado por mamá, pero para ellos el mejor legado de sus padres no fue darles todo masticado o en la mano, sino formarlos con el temple para alcanzar sus metas.


 
 
 
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