Publicado el viernes 18 de mayo de 2007 - Edici�n No. 896 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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DIARIO DE MAMA
Los velos de la memoria
Julieta de Diego de Fábrega

Siempre me he preguntado cómo las mujeres musulmanas pueden funcionar con un velo constantemente sobre la cara. Para mí sería complicadísimo. En primer lugar, siempre lo tendría chueco, no bellamente colocado como ellas lo llevan, y por otro lado creo que respiraría malísimo. Pero bueno, esa soy yo que tengo una nariz meramente de adorno que cumple con pocas de sus responsabilidades fisiológicas.

No soy persona de andar con muchas cosas colgando. Los collares me molestan, los aretes también, la ropa no puede tener muchas arandelas y de los zapatos ni hablar. Confieso que antes ni los collares ni los aretes me hacían sufrir como hoy, así es que concluyo que debe ser consecuencia del al-ma-na-que.

Por culpa de ese mismo señor que hace que me molesten los aretes, mi memoria ha decidido usar velo, y no me lo ha consultado. Simplemente se lo pone todos los días y ¡qué lucha para ver a través de él! O sea, ni con lentes.

Como cada vez que necesito recordar algo tengo que entrar a esa habitación oscurecida por los mencionados velos tengo que hacer un esfuerzo grandísimo y la mayoría de las veces me va mal. Gracias a Dios tengo unos amigos por ahí que se apiadan de mí y vienen al rescate. Ayer, por ejemplo, me llamó uno para recordarme con mucho cariño que el ave que me levanta todas las mañanas con su canto es una choroteca. Me advirtió también que pronto quedará silenciosa hasta fines del próximo verano. Una buena razón para salir de la cama temprano. Sería una tontería perderse el hermoso concierto.

Aunque nuestra conversación casi inmediatamente se desvió de las aves a ‘¿cómo andan?, ¿qué han hecho? ¡Tiempo sin vernos! Sí logró que se descorriera el velo que mi memoria tenía sobre los largos -perdón larguísimos- años que me pasé traduciendo el libro de Aves de Panamá del Dr. Robert Ridgely. La traducción fue uno de esos proyectos en que uno se mete lleno de motivos y con total desconocimiento de causa y termina sólo porque el necio orgullo no le permite a uno rendirse.

Pero no quiero que piensen que odié el trabajo; todo lo contrario, fue fascinante, pero no por eso dejó de ser agotador, sobre todo porque lo hacía muy after hours. Digamos que empezaba cada noche a las 9:00 ó 10:00, a mi regreso de trabajar en el aeropuerto de Tocumen, y terminaba a las 2:00, 3:00 de la mañana. Todos los días, excepto los viernes y sábados.

Aprendí tantas cosas traduciendo ese libro. Y en el camino casi se me quitan las ganas de volver a comer palomas rabiblancas llenas de balines bien guisaditas, con bastante salsita y mucho arroz blanco para acompañarlas. Confesión: Todavía me gustan y si alguien me invita me las como. Ya no las cazo, como hacía cuando era muuucho más joven.

Me enteré de que todos los pájaros son aves, pero todas las aves no son pájaros. Y esa explicación muy zoológica y muy técnica ya se me olvidó. Tenía algo que ver con cuántos dedos de las patas miran hacia delante y hacia atrás, o con que si vuelan así o asa. En verdad no recuerdo y no lo encuentro en la internet, así es que dejémoslo así. Notita: acepto aclaraciones técnicas de ornitólogos locales.

Aprendí también lo maravilloso que puede ser una expedición para observar aves en su entorno cuando uno va acompañado de alguien que no sólo sabe cómo y dónde buscarlas, sino que además puede imitar sus cantos y llamadas tan perfectamente que todas salen a contestarle. Me volví admiradora de los gallinazos, como ya les he comentado en otras ocasiones, y más que nada me siento feliz de que Panamá haya sido bendecida con la presencia de más de 900 especies de aves para el deleite del mundo entero. Gracias a Dios por las chorotecas que ayudaron a descorrer los velos de mi memoria.


 
 
 
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