Publicado el viernes 16 de marzo de 2007 - Edici�n No. 887 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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DIARIO DE MAMA
El amor de mi vida
Julieta de Diego de Fábrega

Todo el mundo sueña con encontrar el amor de su vida. Esa persona que le llena a uno el alma con un amor grande y explosivo, maravilloso y eterno. Al mío lo conocí en la infancia, pero no lo llegué a reconocer como tal hasta los últimos días de la segunda década de mi vida. Así suelen ocurrir las cosas cuando de amor se trata. A veces no llegamos a él por el camino más fácil, sino por el más conveniente, y hoy no tengo más que agradecer la serie de afortunadas casualidades que propiciaron que nuestras vidas se unieran para siempre.

Me gustaría contarles la historia de nuestro encuentro definitivo pero es un poco larga y, la verdad sea dicha, la forma como llegamos a ser pareja tiene poco que ver con la pareja que hemos llegado a ser, que, aunque dista mucho de ser perfecta, es única. Digo yo. Y reconozco que nuestro éxito como matrimonio se debe en gran medida al tipo de hombre que es Toño.

Muchas veces cuando escribo sobre la forma de ser o de actuar de los hombres, mi pobre marido se tiene que aguantar que todo el mundo le achaque a él las características que menciono. Él, ‘cochado’ como está, ya ha dejado de mortificarse por los señalamientos de sus amigos, porque sabe no es el único hombre que conozco y Dios me dio ojos para ver, así es que puedo observar el comportamiento de muchos humanos del sexo masculino.

Esta vez tengo que aclarar que sí voy a hablar de él y que todo lo que voy a decir se refiere exclusivamente al hombre que ha compartido conmigo los últimos 23 años de mi vida, sosteniéndome firmemente en todas las subidas y bajadas de la montaña rusa que a diario recorremos en nuestro andar por la Tierra.

Fábrega me quiere y me acepta como soy. Respeta mi espacio, no es machista y me hace reír. ¿Qué más le puedo pedir? Bueno, de vez en cuando le pido que tienda la cama por las mañanas y que no se ‘pegue’ al carro de enfrente cuando maneja, pero esas son tonterías. En lo que verdaderamente importa es el mejor marido del mundo.

Yo sé que en el fondo de su corazón él piensa que me falta un par de tuercas, pero creo que le divierten mis sanas locuritas, como la de aquella noche, hace varios años, en que le dije ‘mijo, lo único que te falta para ser perfecto es que seas mi mejor amiga’. Ajá, amiga en femenino. Creo que todavía se ríe en silencio imaginándose comiendo chocolates a media noche y sacándose del buche todos los secretos del corazón.

Dejando el relajo a un lado, me siento afortunada de haber encontrado al amor de mi vida. Ese, que aún después de años de lo que parece ser una vida rutinaria, todavía despierta las mariposas que viven en mi estómago cuando lo veo cada tarde; ese que me hace anhelar que lleguemos a la cuarta edad compartiendo cuentos enredados en los vericuetos de la memoria; ese que me agarra la mano cada vez que puede; ese que sueña en el mismo canal que sueño yo. Ese, que aunque a veces parezca despistado, sabe escuchar y darme apoyo cuando lo necesito y, además, me baila en todas las fiestas hasta que se me hinchen los pies.

Me arrebata su picardía y su sensatez nunca dejó de asombrarme. Sabe ser padre y, si la situación lo amerita, madre también. Trabaja como un loco para ver si algún día podemos llevarnos tres trapos e irnos a vivir definitivamente a nuestra montaña. Allá, dice él que va a montar un Bed & Breakfast, aunque no haya electricidad ni caminos, para que yo haga las camas y él desayuno y él se pase el día divirtiéndose con los clientes. Yo, como en todo lo que inventa, le sigo la corriente.


 
 
 
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