Publicado el viernes 9 de marzo de 2007 - Edici�n No. 886 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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POR LA SOMBRITA
Lo malo del trabajo en grupo

La cooperación es buena para la humanidad, pero algo falla cuando se intenta aplicar en el salón de clases.

Roxana Muñoz

¿Quién inventó eso de los trabajos en grupo en las escuelas? Me huele a que la serpiente que le dijo a Eva 'prueba del fruto prohibido' le sopló a algún pedagogo esa idea. Aquí en este espacio, si ustedes me lo permiten, seré la primera voz que se levante públicamente en contra del trabajo en grupo en las escuelas.

Las personas que tenemos la mala suerte de no ser frescas, quienes tenemos el mal gusto de haber nacido responsables y queremos entregar nuestras tareas a tiempo y bien hechas, detestamos esos trabajitos. Sobre todo cuando a los profesores se les ocurre formar los grupitos al azar.

Los docentes dicen que tal ejercicio es una lección de que la unión hace la fuerza y con esto también nos vamos preparando para la vida, porque en el trabajo de verdad uno no escoge quién va a ser su colega. Lo que no dicen es que de paso se aprende que en todo equipo siempre hay un vivo que escurre un bulto, uno obsesivo que quiere hacer todo a su manera y no sabe delegar.

Cuando estudié periodismo en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Panamá éramos al menos 80 alumnos en el salón del turno de la mañana, obviamente uno ni siquiera al final del semestre llegaba a conocer a todos. A la hora de hacer los equipos no faltaba el que solo se apuntaba y no se le volvía a ver hasta la entrega del trabajo, o aquel que como trabajaba nunca tenía tiempo para reunirse. Una dizque de buena gente —o de moga— les perdona al principio su falta de aplicación, pero después de tres o cuatro trastadas urge ponerlos en su sitio, o sea fuera de los créditos de la hoja de presentación y ¡ay! que se atreva a reclamar porque no se le incluyó en el trabajo.

Yo confieso que sí he trabajado en buenos grupos, sobre todo mientras hice el postgrado y la maestría. Pero, señores, no nos llamemos a engaño, como decía otro mentor que tuve, el que trabaja lo hace solo o acompañado.

Insisto en que en esos colectivos no se trabaja en grupo. Hay dos, si acaso tres gatos que meten el hombro de verdad: investigan, analizan, sacan las conclusiones y redactan. El resto está compuesto por uno que imprime el trabajo, otro que engargola o encuaderna, uno que paga por que se le ponga el nombre en la hoja de presentación y alguno perdido que ni siquiera -dice él- había caído en cuenta que era parte del grupo.

Una lección que sí me quedó clara de esta experiencia es que hay que diferenciar la amistad del trabajo, porque muchas veces el tipo más guapo del salón resultaba también el más vago.

Tal vez en el fondo hay una lección más grande que los maestros nos intentan enseñar, claro que ellos saben quién trabaja y quién no. Pero lo que nos muestran con este calvario de dictar charlas, hacer maquetas, murales y hasta simposios en grupo es que en todos lados nos encontraremos gente que hala la carreta y otros que van arriba muertos de la risa. Y esa historia se repite en las juntas de condominio, en las oficinas, en los círculos de lectura, en asociaciones de padres de familia y hasta en el grupo que hace la vaca para el viernes cultural.


 
 
 
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