Publicado el viernes 9 de marzo de 2007 - Edici�n No. 886 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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La vida sin paz
Julieta de Diego de Fábrega

La paz es un concepto que elude a los habitantes del siglo XXI. Y no hablo de la paz del mundo -esa que surge cuando se acaban las guerras- sino de la paz individual, la que cada individuo lleva dentro.

Hay innumerables factores que contribuyen a la falta de paz, siendo el estrés quizás el que ocupa el segundo lugar. Estrés por exceso de trabajo, por la auto-impuesta competitividad en todos los aspectos de la vida, por la necesidad de acumular grandes cantidades de dinero en poco tiempo, porque los hijos tengan un horario de 50 actividades después de la escuela y un millón de estreses más.

He puesto al estrés en segundo lugar porque lo que más nos roba la paz hoy sin discusión alguna es el bendito (o maldito) celular. Si bien el aparatito surge como una opción tecnológica capaz de facilitarnos la vida, éste se ha ido convirtiendo en un monstruo omnipotente y todopoderoso que controla cada minuto de nuestra existencia.

La razón principal del empoderamiento del celular es nuestro afán por lo instantáneo. Queremos que todo suceda ya. No dentro de cinco minutos, no dentro de una hora, no mañana ni pasado. ¡Ya!

Hace 10 años, si tratábamos de localizar a alguien que estaba en una reunión importante, su asistente nos contestaba el teléfono, tomaba el mensaje y el personaje devolvía la llamada cuando su horario así lo permitiera. Ahora no. Ante el mensaje de ‘está en una reunión’ automáticamente marcamos el celular y -aunque el susodicho no conteste- logramos interrumpir lo que estaba haciendo. Y ¿saben una cosa? Las reuniones importantes son importantes y los participantes se deben poder concentrar en lo que hacen, el checherito vibrando y caminando por toda la mesa es obviamente una distracción.

Como la gente se ha acostumbrado a tener el aparato en la mano 24 horas al día, la noción del tiempo real se ha perdido completamente y no es nada raro que a uno le entren llamadas a horas irreverentes de la noche. Dos cosas suceden cuando a uno lo llaman a deshoras, la primera es que le pegan a uno un susto tremendo pues automáticamente pensamos que ha pasado una tragedia y acto seguido cogemos una rabia terrible por la despertada, que inexorablemente se convierte en desvelada gracias al susto y a la rabia.

El celular es también alcahuete perfecto para comunicaciones prohibidas porque cómo va uno a enterarse de que los hijos están recibiendo llamadas a las 2:00 de la madrugada si el teléfono de la casa no suena como sucedía antes. Y con esto de los directorios sucede también que los mismos hijos que reciben llamadas de todo el mundo a toda hora son incapaces de contestar cuando uno los anda buscando para saber si están vivos.

El teléfono celular tiene la habilidad innata de interrumpir cualquier velada: la misa, una obra de teatro, una película en el cine, una noche romántica con el cónyuge, las vacaciones del jefe, el viaje que soñamos, la presentación que está supuesta a ganarnos un ascenso, el viaje al supermercado, la siesta de la semana, la conversación de las aves y las abejas. Y en muchos casos no sólo interrumpe al que recibe la llamada, sino también al resto de los presentes.

No entiendo. La humanidad se libró de la esclavitud hace un par de siglos, con mucha lucha por cierto, y con total sumisión nos hemos vuelto esclavos del celular. Y el Chapulín Colorado ya se jubiló, nadie podrá defendernos.


 
 
 
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