La tierra del chucu, chucu
Julieta de Diego de Fábrega
Pasan los días y sigo con mis estampas guarareñas clavadas en el corazón. He ido a muchas ferias y tengo que reconocer que esta es la que más se apega a lo nuestro, a lo autóctono, al verdadero espíritu del panameño. No pretendo con esto ofender a otros pueblos que también celebran con mucho orgullo sus fiestas patronales, pero es que en Guararé no faltó nada.
Hasta la comida, que suelo evaluar con paladar crítico y generalmente hambriento, estuvo bien apegada a lo autóctono. Torrejitas de maíz nuevo -que llaman pastelitos-, puerquito bien anaranjado por el achiote, carimañolas, sancocho para apaciguar la juma, ensalada de ‘toldo’ color rosado casi fosforescente, tortillas, hojaldras, macarrones medio aguachados con bastante salsa; en fin, había todo lo que yo soñaba con comer, porque les comento que en otras ferias solo encuentro chow-mein, pizza y hamburguesas de pollo. No que tengan nada de malo, pero eso me lo puedo comer en la capital.
La fiesta de Nuestra Señora de Las Mercedes y la Mejorana se conjugan como eje central de esta celebración, compartiendo el protagonismo de forma equitativa y balanceada. Por ejemplo, las paredes de las casas lucían afiches de la Virgen, junto con aquellos de la reina y de las candidatas que no ganaron, como diciendo en esta semana vamos a rezar, a caminar la procesión a darle serenata a la Virgen, pero también vamos a bailar, a quemar fuegos artificiales y a correr con los toros. Mejor se daña.
Quien no lucía un traje típico, lucía uno con motivos que me lo recordaban. Una camisa con vuelo en el cuello estilo pollera, o con encajes tejidos, una falda con el punto de marca típico de Ocú, un juego de pantalones con corte moderno pero diseños ‘pollerísticos’ o ‘montunísticos’. Presumo que la gente se pasa buena parte del año diseñando y cosiendo la indumentaria que va a lucir cada uno de los días de la festividad.
La Virgen de las Mercedes, divina. No hay otra palabra para describirla y en el anda se veía el cariño con que se decoró. Había muchos invitados al festival. Diablos de Colón con sus disfraces roji-negros, hermosos pero capaces de pegarle un buen susto a cualquiera, congos, grupos folclóricos de aquí y de allá que luego de sus presentaciones se convertían en espectadores y además en parte del espectáculo.
No puedo olvidar a las tres empolleraditas (de siete u ocho años) que me encontré en una esquina del parque luciendo como trillizas, una posando con la puntita de su zapato hacia delante como vemos en todas las fotos y las otras dos con sus cámaras digitales ultimísimo modelo captando la imagen. Ayer, hoy y mañana en una sola estampa.
Había mucho ruido en Guararé. De todos lados se escuchaban todas las músicas. Las de los concursos, las del parque, las de las cantinas, las de las veredas, las de los toldos, las de las casas, que por cierto perdieron su identidad para convertirse en fondas, cantinas o palcos.
Aunque temprano en la mañana no hay gran cantidad de cosas sucediendo como en el resto del día, vale la pena darse una vueltecita para apreciar los ‘restos’ de la parranda de la noche: los amanecidos. Unos durmiendo en alguna banca del parque, otros en proceso de ser rescatados por algún familiar o amigo y aquellos que simplemente pretenden empatarla. Quiero decir que a pesar de lo largo de la fiesta, no vi ningún incidente de puños. Un poroto para los asistentes.
Los toros sólo pude verlos el domingo y ese día andaban medio asueñados, así que los improvisados toreros los corretearon a ellos, más de lo que ellos atacaron a los toreros. Me perdí la ‘Atolladera’ del lunes y la clausura, pero el otro año descuento días de mis vacaciones para participar.
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