El avi�n del bello durmiente
Esther M. Arjona
Voy a tomarme la libertad de robarle a Gabriel Garc�a M�rquez el t�tulo de esta historia. Quienes hayan le�do El avi�n de la bella durmiente, sabr�n de qu� hablo, si no lo han le�do, les invito. Es un cuento corto en el que Garc�a M�rquez relata los pormenores de un viaje y de su hermosa compa�era de asiento, una mujer de esas que brillan en una multitud y que lo hab�a dejado sin aliento.
�Que si tienen cosas en com�n? Fuera de los detalles, la historia es igual.
Eran las 5 de la ma�ana. Faltaban dos horas para el vuelo, sin embargo, la fila para el registro se hac�a larga, los controles de seguridad fastidiosos y cada minuto interminable. Yo no alcanzaba la resignaci�n. No ve�a la hora de partir en mi primero de tres vuelos programados. S�. Estar�a en tres aviones diferentes con sus respectivos tr�mites y estr�s. Luego de pasar por migraci�n y tomarme un capuchino me dediqu� a ver pasar gente, todos diferentes, cada uno de ellos �nico. Distintas nacionalidades, culturas, costumbres, idiomas, modos de hablar y de caminar. En ese instante pens� ��qui�n se sentar� a mi lado en esta ocasi�n?�.
Cuando llego a mi lugar asignado veo en ventanilla a una mujer de mediana edad y en el pasillo a un hombre blanco, rubio, y con unos hermosos ojos grises que me mira, y al ver que ten�a dificultades en colocar mi equipaje de mano, se levant� presto a ayudarme.
Pens� para mis adentros, �Al fin mi hada madrina se puso en algo...�. Era alto adem�s, y ten�a manos grandes y fuertes. Al parecer el viaje no iba a ser tan aburrido.
�Thanks�, le dije para pensar luego qu� me hab�a hecho creer que �l hablaba ingl�s. �De d�nde ser�? �qu� hac�a en Panam�? �ser� que vive aqu�? Mi mente se ocupaba con muchos pensamientos mientras que la de mi vecino solo ten�a uno solo: recuperar el sue�o perdido.
El avi�n despeg�, y autom�ticamente apoyando su cabeza en una de sus manos cerr� los ojos y se dedic� a dormir.
En su rostro no se reflejaba preocupaci�n alguna. Parec�a un ni�o cuyo sue�o no ser�a perturbado ni por un hurac�n. �Qu� suerte tienen algunas�, me dec�a a m� misma. �Abrir los ojos todas las ma�anas y encontrarse con semejante espect�culo�. Pude haber pasado horas contempl�ndolo, pero los sobrecargos deb�an cumplir con su misi�n: repartir el desayuno, los documentos de migraci�n e interrumpir. La llegada del desayuno me permiti� tocar su brazo para despertarlo. Usaba una camisa y un su�ter de lana un poco gastados. �No parece gringo�, analic�. Desayun� sin muchas ganas. Despu�s llegaron los documentos. De su bolsillo sac� su pasaporte y una pluma. No alcanc� a leer la nacionalidad del pasaporte azul marino, sin embargo, leo el nombre que comienza a escribir en sus papeles. Es franc�s.
�Y yo habl�ndole en ingl�s...�, vaya, �pero si ahora alcanzo a decirle un oui, se va a dar cuenta de que lo estoy observando...�. No hay caso. �Can I use your pen?�, me acerca su bol�grafo sin articular palabra. Finalizan los tr�mites, le devuelvo la pluma y �l vuelve a rendirse al sue�o. Jam�s escuch� su voz.
El vuelo llegaba a su fin. Miami nos daba la bienvenida con un d�a muy soleado. Salimos de la nave y nos perdimos en los pasillos del laber�ntico aeropuerto. Yo tendr�a que correr a buscar en alguna pantalla la puerta de salida de mi conexi�n y as� lo hice. Pas� poco m�s de una hora y en la puerta de salida no se asomaba nadie. �Ser� que me equivoqu�?
El p�nico se apoder� de m� y volv� a confirmar mi salida. Totalmente errada. Ten�a que atravesar tres terminales completas para llegar y el tiempo no me iba a alcanzar. Inici� la carrera, dej� atr�s una, dos terminales, llegu� a la principal y de repente me tropec� con alguien. Nuevamente esos ojos grises que muy poco hab�a visto, pero que tanto impacto causaron. T�midamente me sonri�, pero en esta ocasi�n ni siquiera pude devolverle la sonrisa. Tendr�a que pasar por otro control de seguridad y mi segundo vuelo part�a en 15 minutos. Segu� corriendo y alcanc� mi avi�n. Nuevamente sentada entre dos desconocidos, respir�. Entonces pude sonre�r.
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