Publicado el viernes 22 de junio de 2007 - Edici�n No. 900 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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Chicha en vaso de raspao
Julieta de Diego de Fábrega

Llegar de un lugar a otro por la ruta más corta no necesariamente es mejor. A veces son los pequeños desvíos los que enriquecen el viaje. Por ejemplo, ayer conversaba con unos amigos sobre cámaras fotográficas. La conversación no era muy técnica, pues lo que hicimos fue recordar, cada uno a su manera, la primera cámara fotográfica que poseyó.

La mía fue una Kodak Instamatic 100. ¡Divina! Fue mi compañera por más de 10 años y con ella tomé un millón de fotitos cuadradas, muchas de las cuales me costaron un par de dedos quemados, pues el flash era un foquito que debía meterse en una cajita que salía al oprimir un botón y por supuesto removerse una vez ‘quemado’. Con el apuro quien se quemaba era uno.

Ya para cuando estaba a punto de graduarme de secundaria, salió otra Instamatic, rectangular y delgadita. Usaba película 110 en lugar de 126y, la verdad sea dicha, las dichosas camaritas tomaban unas fotos fatales, pues al apretar el botón era casi imposible evitar que se moviera. Lo bueno es que ya para entonces se había inventado el ‘Cubo Flash’, así es que podíamos tomar cuatro fotos de un solo tiro.

Mi amigo me acomplejó totalmente al contarme que su primera cámara fue una japonesa 35mm que su papá le regaló luego de recibir él otra más moderna, así es que tuve que sacarle piquete con la primera cámara ‘profesional’ que tuve: una Asahi Pentax que me regalaron para el primer cumpleaños luego de mi graduación de secundaria. La amé tanto como a mi Instamatic 100 y todo el dinero que llegó a mis manos durante mi juventud lo gasté en película, lentes, trípodes y hasta en un curso de fotografía por correspondencia.

Nunca olvidaré que el día después de las elecciones de Nicky Barletta, los ladrones visitaron mi casa y se la llevaron. Todavía la lloro. Estoy convencida de que la diseñaron pensando en mí. Aguantaba todo. Golpes, agua, los rincones polvorientos de mi clóset. Fue como un perro fiel. Luego de aquella trágica despedida he tenido otras cámaras, o por lo menos a mi casa han llegado otras, pero jamás una como ella.

Esta mañana estaba yo recordando esta conversación, mientras trataba de organizar mi mente para una sesión de fotos de comida. De pronto, sin aviso previo, llegaron a mi mente aquellas chichas que servían en las cafeterías de antaño. En vasos de papel en forma de cono, igualitos a los de raspao. Tengo años que no me tomo una chicha en uno de esos vasos. Era todo un arte.

En ciertos establecimientos colocaban el vaso en una base de plástico que hacía más fácil la operación de beber el líquido helado, pero aún así había que hacer un par de maromas. Uno acercaba el vaso a la boca despacito y ponía los labios en el borde mientras ‘aspiraba’ lentamente el primer sorbo. No podía demorarse uno mucho bebiendo la chicha pues el vaso iba perdiendo su frágil rigidez.

Si la chicha se compraba por la calle, el proceso era más complicado, pues el vaso debía sostenerse utilizando sólo suficiente presión para que no se cayera de las manos. Cualquier exceso -de presión- hacía que la chicha saltara por el aire como los líquidos esos que vemos en los avisos publicitarios. Seguro recordarán que todas las chichas que uno se tomó antes de los 15 años terminaron o en la calle o en la camisa.

Hoy en día los raspaderos le facilitan a uno la vida incluyendo un carrizo en el mero centro de la pila de hielo, pero no es lo mismo, saben mejor cuando uno come mitad hielo, mitad vaso en cada bocado y luego de terminar la última gota terca de la puntita del vaso, procede uno a doblarlo hasta que se convierta en un cuadrito colorado. ¿Cómo llegué de cámaras a chicha? No tengo idea, pero así son las rutas de mi mente.


 
 
 
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