Publicado el viernes 3 de noviembre de 2006 - Edici�n No. 870 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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LA VIDA EN FUCSIA
Cuando yo era boba
Ileana Pérez Burgos

Un día como hoy, hace unos 15 años (qué horror, como pasa el tiempo) hubiera madrugado, al igual que mi mamá que, para cuando yo saliera del baño tendría el desayuno listo, uno que tenía que hacerme fuerte para lo que me esperaba en el día. Con emoción me pondría mis pantyhose, mi falda verde oscuro, me aseguraría que mi caqueta tuviera la charratela acomodada, y por último, lo que más me gustaba, mi quepi con la lira al frente, símbolo de la música. Para una muchacha súper tímida como lo era yo, poder vestirme así y ser consciente de que muchos me mirarían con admiración, ese día era ¡Wao!

Cuando le digo a alguien que marché en los desfiles patrios tocando lira, no me lo creen, no sé por qué, será que tengo cara de seria o de desorejada. Pero sí marché, y mis padres están de testigos porque estoy convencida de que los acompañantes de los marchantes son quienes hacen el trabajo menos reconocido e igual de duro; no se pueden ir a ningún lado a descansar y corren a orillas del desfile con botellas de agua, de raspao, de soda, lo que sea para librar a su acudido del calor.

Todavía recuerdo la emoción de medirme el uniforme (en un taller por Curundú), de salir en grupo a escoger los zapatos y enrrollarle la boa de plumas turquesa a la lira (todavía, cada vez que veo una boa de plumas me la quiero comprar). Pero también me acuerdo de las partes menos gratas, definitivamente los zapatos, que no eran cómodos para caminar horas y horas bajo lluvia y sol, pero sobre todo aquello de la onda militar que hacía que los capitanes de las bandas nos hicieran sufrir con su autoridad mal manejada. Espero que eso haya cambiado por estos días, pero entonces, entre más rango tenían, más malos eran con los de menos rayitas en el hombro. O sea, que sufrí de cabo porque como era tímida y casi no hablaba con nadie, no me hice amiga de la capitana, que era una de las chicas populares de la escuela, así que al menor descuido del bolillo, iba al piso a hacer ranitas. Ella parecía disfrutar con su autoridad humillante, después de todo, era la moda, estábamos en plena dictadura.

Por esos días aprendí de mi mejor amiga, que también tocaba lira, que una no se amarga por eso, por lo menos no por mucho rato, y saliendo de la práctica nos desconectábamos del asunto y seguíamos nuestra vida como si nada. Además, lo pretty era el desfile. Ese momento era mío con mi lira. Además, al año siguiente lideró el grupo una maestra de música que nos enseñó hasta a leer las corcheas sin necesidad de ranitas.

Pienso que allí, en esas actividades, es donde se define mucho la personalidad de cada quien, es cuando se comienzan a manejar los conflictos y se aprende a convivir con personas con las que uno no tiene mucho en común. O sea, se aprende a vivir de verdad.

Hoy me he sacudido bastante la bobera. Todavía soy tímida para muchísimas cosas, y quisiera pensar que lo que pasa es que tiendo a ser conciliadora, pero la verdad es que a ratos todavía me da pena dar mi opinión.

Pero no reniego de la Ileana de entonces, porque crecí y gocé. Lo único es que me gustaría haber sonreído más durante el desfile, que se notara que me gustaba, pues azotada por el sol, el cansancio y los zapatos, salgo en todas las fotos con una cara de mártir, como si fuera al paredón.

Me parece tremenda pifia poder decir que desfilé en algún momento de la vida, y sentir el movimiento automático de mis pies cuando escucho un tambor de noviembre. . . izquierda, derecha, izquierda. . .


 
 
 
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