Publicado el viernes 6 de octubre de 2006 - Edici�n No. 865 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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LA VIDA EN FUCSIA
En las piernas del muchacho
Roxana Muñoz

Una cosa que irritaba a algunas profesoras de mi escuela secundaria era ver cómo los alumnos, de sexos opuestos, cada vez guardaban menos las distancias: se agarraban por la cintura, se abrazaban o se daban de cuadernazos, que -aunque algo salvaje- es otra expresión de coquetería en el colegio.

Ni qué decir de los corajes que agarraban al pillar a alguna, más osada, sentada en las piernas de otro alumno. ‘¡Qué es eso!’, exclamaban horrorizadas, mirando por encima de los lentes, y agregaban: ‘una señorita tiene que darse a respetar’.

Con mucho pesar digo ahora que yo nunca me senté en las piernas de ninguno, si ya me daba pena mirar a los muchachos que me gustaban, ahora imagínense sentarme en sus piernas, menos con el complejo de sobrepeso que tenía entonces.

Ni todos esos pálpitos, vahídos y sudoraciones de las profesoras podían contener lo irremediable: el mundo había cambiado; las mujeres -ni siquiera las adolescentes- estaban dispuestas a seguir esperando deshojando margaritas a que ellos tomaran la iniciativa.

Es por eso que en la última generación las mamás de Pedrito y Rogelín están que no saben qué hacer con todas las niñas que llaman a sus hijos por teléfono. Sí, ahora son las niñas las que llaman, buscan y escriben a los muchachos.

El asunto es que las mujeres siempre han sido muy echadas para adelante, y ahora que nos hemos despojado de muchas costumbres conservadoras, eso se refleja en esta actitud que hemos asumido en la relación con los hombres.

Tengo un amigo que dice que a él le gusta tomar la iniciativa, pero me acepta que jamás se acerca a una muchacha si ella ya no le ha dado un indicio de que lo va a aceptar. El caso de él no es el único; muchos hombres aceptan que casi siempre es la mujer quien elige, cuando ella da la aprobación, con un gesto, con una mirada, entonces ellos avanzan; pero el cortejo completo, las invitaciones y las declaraciones, corrían antes por cuenta de los hombres.

Conozco una señora muy guapa, quien desde hace rato es abuela, y piensa que con este cambio las mujeres hemos perdido; según ella ya nos tocaba tomar la iniciativa en muchas actividades: en planear la boda, en decorar el hogar, en cambiar las toallas para evitar un sarpullido, en estar pendientes de que el niño tenga todas las vacunas y ahora, como si fuera poco, en la que sí tenían los hombres que actuar, se la hemos quitado y nos toca a nosotras: la conquista amorosa.

Imaginarán que esta mujer mira con reprobación a las jóvenes -esta vez en las discotecas- sentadas en la primera salida en las piernas de los hombres. En su opinión, antes los hombres tenían que esforzarse más, llevarle a una flores, fingir que les gustaba comer en restaurantes con varios tenedores y hasta aprenderse poesías. Cada vez menos hombres tienen que hacer eso, ahora después de unas pocas salidas -dice esta señora- la novia va a la casa del novio y ella es quien lleva el pollo asado y las cervezas.

Dice que hemos dejado que se duerma en el hombre su instinto de cazador y nos va a quedar un león sin garras, sin dientes, después no nos quejemos si cada vez quieren hacer menos. Aunque entiendo en parte la inconformidad de esta señora, pienso que las mujeres somos muy tenaces y ahora que podemos expresar esa tenacidad libremente no nos vamos a dejar cortar las garras.


 
 
 
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