Publicado el viernes 6 de octubre de 2006 - Edici�n No. 865 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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Estampas guarareñas
Julieta de Diego de Fábrega

‘Vamos mi amorcito que te llevaré al décimo quinto Festival en Guararé’, canción divertida y pegajosa que escuché por primera vez siendo una niña, y suele volver a mi memoria de cuando en cuando. Creo que debe haber sido esta copla, junto con las clases de folclore que recibí de la profesora Dora P. de Zárate en la universidad (Dora pe como la llamábamos de cariño) las que despertaron en mí el deseo de ver de qué se trataba el dichoso festival. Y así, en algún septiembre de hace muchísimos años fui por primera vez y regresé por segunda y por tercera y por. . .

Me gustaba el pueblito, con su tarima -en aquellos días improvisada- para los concursos de mejorana y cantaderas de décimas, la típica ruletita de feria -que podría jurar que siguen colocando en la misma esquina-, los toldos con banquitos de madera en los que se pagaba sólo si se bailaba y la inigualable comida de fonda que siempre sabe mejor al amanecer. Pero la vida lo enreda a uno y así como transcurrieron seguiditas las primeras visitas, dejaron de transcurrir por casi 30 años hasta 2006, año en que logré regresar.

Les pido que me tengan paciencia pues no creo que pueda contarles en una entrega todo lo que traje de Guararé entre pecho y espalda. Fueron muchas, muchísimas estampas las que se grabaron en mi mente y cada vez que cierro los ojos veo aparecer una nueva a pesar de que -como suele suceder cuando uno trata de robarle un par de horas a un día laborable- se me quedó la cámara en casa.

En Guararé las edificaciones principales (p. e. iglesia y cantinas) están dispuestas alrededor del parque, como también está el escenario principal de las mil y una cosas que suceden durante el Festival. Éste ya es permanente y luce como la fachada de una casita de quincha con tejas, típica de la región. Además, como a una cuadra de distancia han construido otra tarima, ésta es especial para las presentaciones de bailes típicos, que por cierto son millones.

Habría que tener 10 pares de ojos y otro tanto de oídos para captar a la vez todo lo que sucede simultáneamente en Guararé, pues mientras se evalúan los acordeonistas que participan en el concurso, se escuchan también diversos grupos que -en el parque o sus alrededores- tocan y cantan.

No sé cuántas polleras vi durante el fin de semana, eran miles y de todo tipo. Montunas, bordadas, marcadas, con talco al sol y a la sombra, con cintas, sencillas, muy elaboradas, las cabezas de tembleques eran igualmente variadas aunque predominaban aquellas llenas de cintas y color. El pueblo entero se constituyó en un muestrario de todas las variantes posibles de nuestro traje típico.

Quienes no llevaban tembleques cubrían su cabeza con un sombrero, blanco, pintado, fino o fogonero. Me encantó, por ejemplo, ver al joven con pinta de surfer -board short y chancletas- bien ataviado con su sombrero en uno de esos sitios donde la gente se resguarda del candente sol, mientras se toma una pinta helada y se echa su bailadita, con ese ritmito que dice mi marido que no ha podido descifrar cuando observa los pies, pero que entiende perfectamente cuando llega a las caderas.

Y hablando de baile, no escuché ni una sola nota de reggae, ni de salsa, ni de rock. La música era típica toda la distancia. Comí raspao -decenas- a veinticinco centavos, carne en palito a veinticinco centavos, platanitos a veinticinco centavos, por un momento pensé que me venderían la cerveza al mismo precio, pero no tuve esa suerte.

Se me ha terminado el espacio, pero no los cuentos, así es que la próxima semana seguiremos con más de lo que vi, oí y disfruté en el quincuagésimo sexto Festival de la Mejorana, ¡Ajue!


 
 
 
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