Publicado el viernes 24 de noviembre de 2006 - Edici�n No. 873 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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LA VIDA EN FUCSIA
Los hombres no lavan
Roxana Muñoz

Mi abuelito se enojaba por muchas cosas. Una de ellas era ver a los hombres de su familia lavar, peor aún si los vecinos se daban cuenta. Mi hermano nunca pudo hacerlo en su presencia ni tampoco mis primos, claro está que ninguno protestó por tal discriminación.

Para el papá de mi papá, las mujeres eran de la casa y los hombres de la calle. Allá en el interior era una afrenta terrible insinuar que un hombre tenía que lavarle la ropa interior a su esposa. Eso significaba que era un tonto y que se dejaba mandar. Para mí eso siempre fue una creencia boba; conociendo a las mujeres del interior, creo que pocas confiarían el aseo de su ropa interior a sus esposos.

Aunque en menor escala, en mi casa también era parecido. Cuando mi mamá se iba, yo era la encargada de hacer los oficios y de darle la comida a mi hermano. Como era una niña muy bien mandada no le protestaba a mi mamá. Yo medio que limpiaba, medio que cocinaba, pero rezongando toda la distancia, diciéndole a mi hermano ‘no te acostumbres, que no soy tu empleada’. La verdad es que a mi hermano nunca le gustó que yo le sirviera la comida porque -dice él- yo le sirvo ‘muy poquito’.

En estos días, almorzando con compañeros de trabajo, estos recuerdos me volvieron. Varios de los comensales coincidían en que crecieron en casas con costumbres parecidas.

Hasta hace poco, en muchos hogares papá llegaba, se sentaba y esperaba a que la esposa o las hijas le trajeran el vaso de agua y las chancletas. Para muchos de esos hombres la cocina era territorio inhóspito y desconocido. En algunos de aquellos hogares, cuando lo hombres se quedaban solos se podían morir de hambre porque ninguno sabía andar la estufa.

Durante la comida que les cuento, uno de los compañeros que está casado con una mujer del interior, decía que cada vez que visita a su familia política esta se sorprende al saber que él cocina y lo disfruta.

Este compañero tiene por costumbre levantarse de la mesa y llevar los platos al fregador y cuenta que en una cena familiar un primo político le dijo: ‘no haga eso, me está dañando a la mujer. Ahora me dice 'por qué no eres como fulanito que hasta levanta el plato de la mesa’.

Otra de las comensales decía que al hombre hay que ponerle las reglas desde el principio, que ellos cocinen y se hagan sus cosas ¿acaso están enfermos? Una de las compañeras contaba que su papá también era así, pero de unos años para acá le tocó aprender.

Yo he oído de muchos hombres, también del interior, aunque parezca contradictorio, a los que su mamá les enseñó a hacer los oficios de la casa, no fuera a ser que cuando vinieran a Panamá, ‘pasaran trabajo’. Uno me llegó a decir ‘mamá decía: 'planche usted sus cosas, así no depende de ninguna mujer’. Vea usted.

Mi abuela y muchas otras señoras de su época no se sentaban a la mesa hasta que el último comiera. Eso que hoy nos parece sin sentido, era un deber y un compromiso que ellas tomaban muy a pecho. Respeto a mi abuelita y no creo que tuviera un pelo de tonta por actuar así. Eran otros tiempos. Yo cumpliré con el deber de mi tiempo: dejaré que mi hombre lave su ropa.


 
 
 
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