Publicado el viernes 29 de septiembre de 2006 - Edici�n No. 864 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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DIARIO DE MAMA
Más allá del deber
Julieta de Diego de Fábrega

Por allá por los años 60, en Estados Unidos de Norteamérica empezó a escasear el servicio doméstico. En la televisión, que no le pierde ni pie ni pisada a la sociedad, se empezaron a ver escenas de amas de casa entrevistando a posibles candidatas. La situación se presentaba un poco a la inversa de lo que normalmente ocurría hasta ese momento. Era la candidata la que entrevistaba a la posible patrona. Le preguntaba si tendría televisión en el cuarto, cuántas comidas a la semana debía preparar y le informaba que su fin de semana empezaba desde el viernes, entre otras cosas. Pero la frase más célebre era ‘no limpio ventanas’ (I don´t do windows), la cual rápidamente rompió las barreras del servicio doméstico y se convirtió en un chiste-ironía-comentario sarcástico en muchas disciplinas laborales.

Digo que traspasó las barreras del servicio doméstico pues ‘no limpio ventanas’ es prima hermana de ‘no hago café’ y ‘no trabajo sobretiempo’. En algún momento de la vida se fue perdiendo el orgullo de trabajar y la gente comenzó a medir con cuentagotas lo que estaba dispuesta a dar de sí, con la excusa, casi siempre, de que estos trabajitos menores eran degradantes.

Ya ustedes saben que yo crecí en un hogar de siete hijos, en el que no siempre había suficiente ‘personal’ para atender los trabajos de la casa. Así, a los seis años mi mamá enseñó a sus hijas mayores -yo entre esas- a planchar para que contribuyéramos a disminuir la tamuga de pañales que debían estirarse; a pasar la ropa por el rodillo de la lavadora para escurrirla, a barrer, trapear y limpiar baños. Y cada vez que había crisis, a todo el mundo le tocaba hacer algo.

Nunca pensé -ni lo pienso todavía- que esas tareas afectaban negativamente la clase de persona que uno es. Así, cuando tuve mi primer trabajo oficial -en un banco- recibí con mucho orgullo cualquier oficio que me quisieran dar. A ver, mandar télex no me gustaba porque nunca he sido buena mecanógrafa y casi siempre preparar una ‘sábana’ que incluyera todos los detalles de una carta de crédito podía tomarme 700 horas, pero si ese era el trabajo, se hacía. Mejoré mi habilidad de colocar los dedos sobre las teclas correctas.

Contestar teléfonos y pasar llamadas es desesperante, en realidad me quito el sombrero ante todas las personas que lo hacen a diario, pero en aquel primer trabajo, cuando la telefonista salía a las 4:15 p. m. , todas las llamadas entraban a mi oficina. Aprendí a mantenerme concentrada a pesar de las interrupciones.

Ejemplos como esos tengo miles, pues a lo largo de la vida me ha tocado hacer de todo. Cosas que me gustan y cosas que detesto, pero en cada instancia aprendí algo y lo valoro muchísimo pues siempre me ha sido de utilidad en algún momento. He tratado de enseñarle a mis hijos que no hay tarea insignificante y siempre, cuando salen para una entrevista de trabajo, les digo que le confirmen al entrevistador que ‘sí limpian ventanas’.

Esa es mi forma de confirmarles que todos los trabajos son dignos, que es mejor jefe aquel que está dispuesto a ‘remangarse’ las mangas y trabajar a la par de sus subalternos, que siempre es más productivo dar lo máximo de sí mismo y no justo lo que a uno le piden y que al final del camino, su esfuerzo será recompensado. Ojo, que no es necesariamente al instante, pero obtendrán el premio en algún momento. Y en aquellos extraños casos en que los jefes son tontos y logran darle valor a los empleados que se caracterizan por ir ‘más allá del deber’ uno por lo menos queda con la satisfacción de haber aprendido algo, que como solían cantar nuestros padres ‘nadie te lo puede quitar’.


 
 
 
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