Publicado el viernes 13 de abril de 2007 - Edici�n No. 890 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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POR LA SOMBRITA
Con esa cara que le tocó

Qué mala suerte es nacer con cara de bobo, de malo o de pillo. Aunque eso apenas es el envoltorio, la sociedad nos trata según nos ve.

Roxana Muñoz

Hay un capítulo de La Tremenda Corte, comedia televisiva del genial Leopoldo Fernández, Trespatines, en el que al final, como siempre, lo declaran culpable, pero en esa ocasión la prueba determinante para ir ‘a la reja’ fue su cara. ‘Miren esa cara, esos ojillos hundidos, esa nariz aguileña, todo en él es maldad’, recuerdo más o menos que dice el señor juez, que interpretaba Aníbal de Mar. Y sí, Trespatines sabía poner cara de bandido.

No es cuestión de que uno sea bonito o feo, son ciertos rasgos que nos ponen a primera vista –a unos más que a otros– en el lado de los bonachones, de los pillos, de los serios o de los bobos.

‘¿Por qué me miras con esa cara?’, suelen preguntar los adolescentes y enseguida contestarse: ‘Porque no tengo otra’.

La cara con que nacimos no la podemos cambiar. Bueno, en el camino hasta la etapa adulta nos hacemos más narizones, más frentones, pero hay muy poco que uno pueda hacer por transformar su rostro, a menos que entre al equipo de Misión Imposible, a un reality show de cirugía plástica.

Desde que estamos pequeños vemos que en el salón hay gente con cara de vivo o viva. A esos no les importa si actúan bien, les van a echar la culpa. Con los de cara seria nadie se mete, pero están aquellos con rostro de bobo, que son víctimas de todos.

Yo tengo cara de seria, de esa clase de gente frente a la cual nadie dice malas palabras. Hasta los más boquisucios –se les nota en el rostro– se cuidan de decirlas frente a mí.

Antes me lamentaba por eso, pensaba que me estaba perdiendo de muchas cosas divertidas. Claro, de grande una descubre las infinitas ventajas que esto tiene.

Conozco gente con cara de pilla, que son unas pillas y que se quejan porque les dicen pillas.

Tengo una amiga que pregona: ‘tengo cara de mala, de bruja de que no me dejo y como tengo cara de que no me dejo nadie se apiada de mí’.

Por supuesto, la mayoría de las veces nos equivocamos con las caras. Mucha gente todavía cree que puede reconocer a un delincuente por su rostro, pero qué va. También creemos que en la cara podemos saber si una persona es fiel, si nos quiere o si le podemos confiar los ahorros de toda la vida para invertir en esa fábrica de combustible a punta de aceite de pepita de marañón.

Nuestra cara es una, pero con una radiante sonrisa y rebuscados gestos, le damos otro aspecto. Así algunos aprenden que cargando con una cara de perros nadie se mete con ellos y otros prefieren mantener la eterna sonrisa para llevar la fiesta en paz. En realidad casi todos en la edad adulta somos maestros en las caras que transformamos en máscaras. Nos las ponemos y nos las quitamos. ¿No han visto cómo algunas personas llevan la cara buena al trabajo y dejan siempre la mala en casa o viceversa?

Las verdaderas relaciones de amistad, de compañerismo y de amor se cimentan cuando vemos más allá de lo que esas caras quieren ocultar; cuando uno quiere a una persona llega a desarrollar esa puntería para saber su estado de ánimo. He visto a muchas madres que parecen brujas y no tienen ni que mirar al hijo para saber su estado de ánimo.

Cuando empezamos a mirar más allá de las máscaras entonces queda al descubierto lo que le dijo la zorra al Principito de Saint Exupery: ‘Lo esencial es invisible a los ojos’.


 
 
 
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