Publicado el viernes 13 de abril de 2007 - Edici�n No. 890 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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Macarrones, y no en el plato
Julieta de Diego de Fábrega

Yo no sé si a otra gente le pasa, pero hay días en que amanezco con la mente hecha un macarrón. Es fatal. Lo sé desde que abro el ojo por la mañana y por más que conozca los síntomas no sé cómo atacar el problema. En síntesis, es no poder pensar coherentemente. No poder organizar el día de trabajo aunque la agenda tenga claramente marcadas las horas en que tengo que hacer esto o lo otro.

Cuando me pasa siento un desconcierto total, una angustia irreprimible que domina mi existencia. Y a veces hasta ‘una bolita que me sube y me baja’ como el maní de la canción. A través de los años he desarrollado cierta metodología para contrarrestar estos ataques de ‘macarronitis’ pero no siempre funciona.

En primer lugar me doy un baño antes de hacer más nada para ver si el agua se lleva un poco de la angustia. Lo tengo que hacer rapidito porque siento que si estoy en la regadera más de tres minutos se me va a ir el día por el desagüe. Claro que no se me va a ir nada por ningún lado, pero así es como me siento.

Después me siento frente a la computadora y reviso las tareas que tengo para ese día y, según yo, empiezo. El problema es que me cuesta seguir con una misma cosa hasta terminarla pues las otras empiezan a parpadear pidiendo atención. Cedo ante la insistencia de la quinta o la sexta tarea, lo cual sólo logra agudizar mi angustia pues las que estaban por delante me siguen molestando. Yo digo que es como tener déficit de atención. La pierna derecha se empieza a mover inquieta y me pone más nerviosa.

Cierro todo. Respiro hondo y empiezo de nuevo. Esta vez con el firme propósito de ir en orden y terminar cada cosa antes de empezar la siguiente, así deje la vida en el camino. En ocasiones este shut down temporal funciona, el nudo de macarrones se estira y se acomoda como Dios manda. Lo agradezco, porque no me sobra mucho tiempo y perderlo saltando de tarea incompleta en tarea incompleta es un fastidio.

Lo trágico es cuando reinicio la mente y todo sigue igual. En total corto circuito. Invariablemente, cuando estoy viviendo una de esas crisis el teléfono arranca a sonar como un desaforado. No siempre es para mí, pero como en mi casa los residentes han ofrecido como manda no contestar el teléfono en pago para que les borren todos los pecados, siempre quedo de telefonista, pasando llamadas a destinos en los que no vive nadie.

Acepto que ya para el cuarto telefonazo estoy que ladro y si alguien que sí tiene que hablar conmigo llama en ese momento ¡Uy!, recibe una contestación más seca que el desierto del Sahara. Y si el interlocutor empieza la conversación con un ¿estás ocupada? corre peligro de muerte.

La ‘macarronitis cerebral’ es un desorden muy serio que aún permanece sin estudiar a profundidad. Seguramente porque aquellos capacitados para hacerlo tienen demasiadas cosas en la mente y son también víctimas del mismo. Quienes se ven aquejados por el mal deben, como yo, recurrir a soluciones improvisadas para mantenerse medio cuerdos. Ante la imposibilidad de controlar los ataques debemos conformarnos con la noción de que actualmente gran parte de la humanidad está medio loca.

No es que sea un gran consuelo, pero al menos nos da la satisfacción de sentirnos acompañados en la desgracia. Lo que he podido comprobar a través de las encuestas y otros estudios hechos muy a la ligera es que los ataques de

‘macarronitis’ casi siempre llegan en tiempos laborables, es decir, son muy pocos los casos documentados de personas que hayan sufrido el desorden mientras estaban de vacaciones. Quizás ese sea el antídoto. Gozar de vacaciones permanentes.


 
 
 
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