Publicado el viernes 15 de diciembre de 2006 - Edici�n No. 876 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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Como los gallinazos
Julieta de Diego de Fábrega

El pobre gallinazo es un ave totalmente desprestigiada. En primer lugar por su hábito de ser carroñero y segundo, pero ahí cerquita, por lo feo que es. En verdad no tiene un ‘Dios te salve’ en términos superficiales, porque la verdad sea dicha, si no se comieran la carroña tendríamos que recogerla y dentro de todo los pajarracos tienen su gracia.

Cuando traduje el libro Aves de Panamá, hace ya muchas lunas, descubrí que estos señores no son tan tontos nada. Para hacer su vuelo más fácil localizan las corrientes ascendentes de aire caliente y las usan para elevarse sin tener que aletear tanto. Y, cierto es también, que verlos subir girando en espiral es un espectáculo bello.

Pensando en los gallinazos concluyo que absolutamente todo lo que Dios puso sobre la Tierra tiene un propósito y que bien prepotentes somos los humanos al encasillar personas, animales y cosas dentro de los parámetros que nosotros escogemos como adecuados.

Así, ponemos en desventaja a otros seres vivos únicamente porque no son como nosotros pensamos que deben ser. Por ejemplo, está comprobado que si dos personas asisten a una entrevista de trabajo y una es fea y la otra bonita, la segunda tiene muchas más oportunidades de conseguir el empleo que la primera, aún cuando ésta esté mejor calificada.

En la escuela aquellos niños que necesitan anteojos para ver el pizarrón irremediablemente son objeto de burla entre sus compañeros y ni hablar de los estudiosos, esos tienen que crecer apodados ‘nerdos’, comelibros, cepillones y quién sabe cuántas cosas más.

Pienso que a lo mejor todo surge del terror que sentimos los humanos por todo aquello que sea un poquito diferente a lo ‘normal’, sin pensar que a veces son, casualmente, esas diferencias las que nos hacen más bellos. Ante el rechazo, las personas luchan contra su propia naturaleza para convertirse en una más del montón. Es triste ver los talentos desperdiciados en aras de ‘pertenecer’ a una sociedad que a todas luces no sabe muy bien hacia adónde va.

Quienes, además de talento, tienen carácter se salvan. A veces sentimos que estos personajes son un poco ajenos al mundo. Se visten con la ropa que les queda cómoda, estudian lo que su corazón les dicta -aunque sus padres insistan que se van a morir de hambre- van de vacaciones a los lugares que quieren conocer y no a los que anuncian en los periódicos y al llegar al final de sus vidas concluyen que fueron inmensamente felices. Claro, cómo no van a serlo si tuvieron la valentía de ser ellos mismos de principio a fin.

Pero no es fácil sentirse orgulloso de ser el gallinazo. A veces es casi imposible pues como la sociedad nos recuerda a diario que somos feos y carroñeros en algunos casos nos convencen. Tratamos entonces de volar como el águila, pero no nos sale. Intentamos cantar como el canario y también fracasamos. Si comemos alpiste nos morimos de hambre y tampoco somos buenos cazadores.

¿Qué pasa? Que los que dejan de ser ellos mismos para convertirse en otra persona, no son ni lo uno ni lo otro. Entonces, su vida se convierte en una cadena de fracasos difícil de romper. Más conveniente sería aceptar uno quien es y vivir de acuerdo a ello. No todo el mundo puede ser genio, pintor, cantante, arquitecto, fotógrafo, albañil, ebanista, astronauta o pianista.

Pero eso sí, el que tiene la habilidad para trabajar la madera que se esfuerce por ser el mejor carpintero del mundo y el que tiene buena voz que la eduque para cantar como los ángeles, y el que entiende de números que construya los edificios más altos de mundo. De eso se trata, de llegar a ser el mejor con las destrezas que se tienen. Al final, como dije antes, sólo así se llega a ser feliz.


 
 
 
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