Publicado el viernes 27 de octubre de 2006 - Edici�n No. 869 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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LA VIDA EN FUCSIA
Amor, échate para allá
Roxana Muñoz

Hace poco un conocido me confesó que a su futura esposa le iba a proponer tener recámaras separadas. Yo lo miré con la misma cara de incredulidad que la mayoría de las personas pondría ante semejante disparate. Él ni se ha casado y ya está pensando en cómo evadir el lecho matrimonial. ‘Para eso ni te cases’, le dije, compadeciéndome de esa prometida suya que capaz ni sabía en lo que se estaba metiendo.

Por supuesto que yo conozco a muchas parejas que duermen en camas separadas, algunas que ya tienen una relación muy emparchada, y otras que después de tantos años juntos (me refiero a los que ya se comido el cake de las bodas de plata) prefieren dormir solos en sus respectivos colchones ortopédicos o con tabla debajo por comodidad y salud.

El conocido que defendía la tesis de las dos camas argüía que él tenía muy mal genio y había días en que llegaba a su casa sin querer hablar ni ver a nadie. En esos días lo mejor para él y para el resto era que se aislara. Incluso me dijo que estaba seguro de que mucha gente avalaría esa idea, sino fuera por temor al qué dirán de las suegras, las tías y otras visitas que fueran a husmear en las dobles recámaras matrimoniales. Al final de esa plática casi, casi lo entendí.

Ojalá que su esposa no sea como una amiga mía, que me contaba que su gran ilusión al casarse era poder dormir todas las noches acurrucada en los brazos de su esposo (sí, así como lo veía en las películas). No pasó mucho tiempo antes de que su señor –como decimos acá en Panamá– le dijera: ‘mi amor, así no puedo dormir, amanezco con los brazos todos engarrotados y adoloridos, además aquí hace mucho calor’.

Muy lejos estoy de querer comprar dos camas matrimoniales, que la economía no está tampoco para eso. Pero estos comentarios me hacen pensar que si bien es cierto uno se casa o se une para compartir, los espacios entre la pareja son necesarios. No hablo de ese extremo que es el amor de lejos.

Quien, en mi opinión, mejor habló de esto, fue Khalil Gibrán en ese bello libro El Profeta, donde escribe sobre casi todo lo que es importante para el alma, incluyendo, claro está, la vida en pareja.

En su reflexión dedicada al matrimonio, el poeta libanés dice que las parejas deben llenarse mutuamente las copas, pero no beber de un mismo recipiente. Seguro que esta idea agradará a mi amiga J. , quien se vuelve una energúmena cada vez que su esposo come de su plato.

Según Gibrán, hay que ver cómo las cuerdas de algunos instrumentos se armonizan, pero siempre están separadas. Y de todos sus comentarios mi favorito es aquel en que explica que los pilares que sostienen un templo permanecen juntos, pero a cierta distancia.

Esa separación no es solo sana en lo físico -para evitar el calor-, sino también en los gustos, en los sueños. Cuando uno se ennovia (y le pasa a hombres y mujeres), cae en la tentación de olvidar lo que le gusta y cuadrarse con lo que le gusta a la pareja. En el peor de los casos algunos se sienten a la sombra del otro o en algunos años se lamentan de haber renunciado a todo por fulano. Tener aspiraciones, aficiones y pasatiempos diferentes está bien, y no hay que sentirse culpable por ello. Tal vez esto podría disminuir la frecuencia con que algunas parejas sueñan con comprarse otra cama.


 
 
 
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