Publicado el viernes 27 de octubre de 2006 - Edici�n No. 869 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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El espíritu de mi computadora
Julieta de Diego de Fábrega

Mi computadora y yo llevamos buena cantidad de años juntas, más de lo que los expertos consideran apropiado en términos de tecnología, pero no suelo descartar lo que funciona. Sé que no es prudente. Hace unos días mi celular sufrió un ataque cardíaco de tal magnitud que no pudieron revivirlo ni por un minuto para bajar el directorio, así es que por varios días, aunque tenía un aparato nuevo, no pude llamar a nadie.

Durante los primeros meses de nuestra relación mi computadora y yo tuvimos algunas diferencias. Se dañó varias veces dejándome sin herramienta de trabajo. Me estaba cayendo mal, pero como no disponía de los fondos necesarios para cambiarla, me la tuve que aguantar. Ella, como para revindicarse, un buen día decidió ponerse a trabajar como Dios manda y la perdoné.

Pero ya le están empezando a doler los juanetes y cada día camina más lenta. A mí me sucede lo mismo -lo de la lentitud-, así es que le tengo paciencia, pero a veces me saca de quicio, especialmente cuando decide que sabe más que yo. No me importa esperar los minutos que ella se quiera tomar para abrir los programas y documentos, pero que se crea más inteligente que yo, es una verdadera impertinencia.

Soy una mecanógrafa tres con ocho, así es que no me molesta cuando corrige lo que escribo, a menos, por supuesto, que ponga lo que no es. Por ejemplo, cuando invierto las letras en ‘para’ ella automáticamente escribe APRA. Como lo pone con mayúscula, me doy cuenta y lo cambio, pero el otro día escribí asueñados y a ella se le antojó poner adueñados. Digo, quizá no es la palabra más castiza del universo, pero era la que se me antojaba poner y ella debió respetar mi decisión.

Lo que más pereza le da es conectarse a la internet, cosa que yo le pido cada tres segundos. Le doy la instrucción, se queda pensando en la inmortalidad del cangrejo y me contesta ‘cannot find server’ y no es que la web esté caída, pues la otra computadora de mi casa, la de uso común para el resto de los residentes, se conecta feliz.

Luego del incidente del celular le envié a todo mi directorio de Outlook un correo indicando el nuevo número. ¿Saben lo que hizo? Me mandó un mensaje diciendo que le había enviado el correo a demasiadas personas y que no se lo había podido entregar a todas. ¡Hello! Por lo menos dime a quién no se lo entregaste para enviárselo de nuevo.

Lo que ella no sabe es que esa pereza le ha costado su sitio en mi escritorio. Un día mi esposo intentó hacer un trabajo en casa. Se ubicó bien cómodo en mi silla y 10 minutos después se levantó con las orejas coloradas preguntando ‘¿Cómo puedes trabajar con esta máquina?’. ‘Jeje... le contesté.

Entonces el ingeniero -impaciente como suelen ser las personas que practican esta profesión- rebuscó un dinerito entre sus ahorros y me trajo a casa lo que dice él es un ‘avión’, o sea una computadora con miles de gigabytes en su disco duro, un procesador xyz de última generación y decenas de agujeritos para enchufar toda clase de aparatos modernos.

Lleva varios días en una caja junto a ‘la doña’ pues, aunque entiendo que ha llegado el momento de dejarla descansar en paz, no puedo prescindir de toda la información que mantiene en la tripa y soy tan floja que no me atrevo a realizar la extracción por mi cuenta, no vaya a ser que como última venganza despierte el espíritu maligno que una vez albergó y decida quedarse con parte como recuerdo de nuestra vida juntas.

La cambiaré, no cabe duda, pero extrañaré sus teclas amarillentas que conocen el ritmo de mis dedos y quizá hasta sus malas mañas. A todo se acostumbra uno en la vida.


 
 
 
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