Publicado el viernes 20 de octubre de 2006 - Edici�n No. 868 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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DIARIO DE MAMA
Don Alberto Motta desde lejos
Julieta de Diego de Fábrega

Hace un par de semanas el país amaneció con la triste noticia de la muerte de don Alberto Motta. No era mi íntimo amigo ni jamás me senté con él a escuchar la historia de su vida, sin embargo, aunque sea desde lejos, entiendo lo grande de este personaje.

Entiendo que fue hombre, padre, esposo, abuelo, amigo y empresario como pocos. Siempre preocupado por aquellos cercanos a él y también por el país. Sería imposible enumerar los méritos de don Alberto, se necesitaría un libro, pero aún sin conocer en detalle el listado de sus logros, es un hecho que su nombre pervivirá en la memoria de los panameños por siempre.

Cada vez que don Alberto llegaba a un lugar se sentía un revuelo especial y uno podría pensar que era porque los presentes se desvivían por saludarlo. Yo, que suelo observar situaciones desde algún rincón, creo que era más bien porque él, con su característica humildad, hacía un esfuerzo especial por dirigirse a cada persona, apretarle la mano y emitir un comentario amable y personalizado.

Me encantaba verlo siempre lleno de energía a pesar de su avanzada edad, siempre alegre, siempre al tanto de todo lo que ocurría en Panamá y en el mundo, siempre dispuesto a escuchar con atención, rasgo este común entre las personas exitosas: escuchar.

Alberto Motta tenía el don de hacer que todo el mundo se sintiera especial en su presencia. Lo digo yo, que lo conocí desde lejos, pero que en más de una ocasión recibí de él un abrazo cariñoso que bien hubiera podido hacer pensar a cualquiera que éramos mejores amigos. Siento que al escribir aquí la palabra amigo despierta en mí un dejo de envidia por todos aquellos que sí lo fueron.

Por quienes tuvieron la oportunidad de conocerlo íntimamente y recibir de él consejos, escuchar sus anécdotas siempre vívidamente relatadas, trabajar bajo su guía y en general llevar en su corazón un pedacito de don Alberto. De ese panameño grande que ya no está más con nosotros.

Para cuando este texto aparezca publicado decenas le habrán precedido. La mayoría probablemente narrando episodios vividos por sus autores con don Alberto. Yo no tengo ninguno que contar. No pertenecí a su círculo de amistades, pero tampoco conocí a Miguel de Cervantes, ni a San Francisco de Asís ni a Martin Luther King ni a la madre Teresa de Calcuta, y no por eso dejo de admirarlos. Las personas especiales se dejan conocer aun a distancia.

Estoy segura de que como yo, muchos panameños sentirán su ausencia. Lo extrañarán en los eventos a los que solía asistir, echarán de menos sus jocosos comentarios, su vivaz curiosidad, su generosidad intelectual, la cual compartía sin previo aviso con palabras sabias que siempre le venían fácil gracias al conocimiento profundo que tenía sobre el resto de los mortales, la economía, los negocios y hasta la diversión.

Siempre me dio la impresión de que para don Alberto la vida era una fiesta y que mientras estuviera presente tenía que disfrutarla, buscando el balance. Este personaje que aprendió a trabajar, trabajando, y a reír, riendo, y a querer, queriendo, pasó 90 años por este mundo dejando huellas en cada una de las personas que conoció, aunque fuese brevemente.

Como sucede con todos los maestros, nos deja en herencia una multitud de discípulos quienes, para honrar su memoria, sabrán continuar su labor de filántropo y ciudadano ejemplar. De su ‘escuela’ se graduaron empresarios honestos y trabajadores, creativos y valientes, como él.

Y es así como, más que llorar por su ausencia, Panamá debe regocijarse por haber contado entre sus ciudadanos con Alberto Motta, el hombre que llevó su misión mucho más allá del deber y quien descansó en paz sabiendo que había sido tierra fértil para las semillas que Dios le regaló.


 
 
 
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