Publicado el viernes 15 de septiembre de 2006 - Edici�n No. 863 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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LA VIDA EN FUCSIA

Cuentos de la dieta

Sonia I. Short

¿Cuántas veces hacemos dieta las mujeres? ‘Muchas veces’, es la respuesta frente a la gran verdad de ‘toda la vida’. Quizá algunas no la hagan a conciencia, pero en algún momento han dejado de comer para bajar un rollito. Yo, una cuasi dieta adicta, he concluido que las mujeres pasamos por tres estados alimenticios. Uno, el más anhelado, es cuando nos sentimos bien y comemos sin tapujos. Le sigue el del ‘tira y hala’. En ese pecamos con chocolates o cafés frappé con crema y, para purgar la culpa, una vez a la semana saltamos garrocha o desayunamos medio guineo con agua. La dieta es el periodo más temido y es en el que me encuentro. Ese llega cuando ya no entramos en aquel pantalón que amamos o cuando una amable vecina pregunta si estás embarazada.

He hecho tantas dietas que ya no me echan cuentos. He tomado gotas de algas, pastillas quita hambre, batidos y laxantes. He hecho la dieta de todos los astros. No me ha faltado la de ninguna fruta, ni la de los ‘confleis’ ni las de las sopas. He tomado tés de todos los colores. Lo único que ha resultado es no comer como si los alimentos fueran a desaparecer y hacer mi cuota de ejercicios. Lo usual es que eso se me olvide frente a una tentadora invitación a cenar justo a la hora de ir al gym. ¡Ayayai!

El tema es que tras meses de exabruptos, me llené de valor y entré en un nuevo plan de alimentación y ejercicios. ¡Ayyy, cómo extraño esos pataconcitos! ¿Qué mujer no ha sufrido por un hombre y por un carbohidrato? Juro que los veía danzar en mis sueños, a los carbohidratos hago constar. Pedí ayuda a gritos y más de una amiga me quitó, literalmente, el pan de la boca. Otra me pasó una técnica. Cuando ella estuvo a dieta olía una rebanada de pan, la masticaba y la escupía. Con eso se quitaba las ganas. Algo drástico para mí, que seguro me tragaría el pan e iría por más.

Luego, vino el reto de los gramos. Pesarse en kilos, no en libras, tiene sus cosas. El cerebro es caprichoso y no se siente igual oír que bajaste una libra a escuchar que bajaste 500 gramos, aunque ambas sean más o menos lo mismo. Tampoco es lo mismo oír que subiste una libra a que subiste 500 gramos. Comencé a preocuparme cuando antes de golosearme una granola pensaba, ¿cuántos gramos subiré? ¡Qué estrés!

Intentando olvidar el trauma de los gramos, me concentré en disfrutar de mis nuevas habilidades culinarias. Aprendí a preparar almuerzos light que provocaban que más de una compañera alegara que mi plato era gourmet. Humildemente, explicaba que mis comidas eran sencillas y, más que nada, el reflejo de un esfuerzo. ¡Hey! Levantarse a las 6:00 a. m. o acostarse a las 11:00 p. m. porque estás cocinando no es chiste.

Lo trágico eran los días en que me tocaba fruta y yogur. Prefería irme a almorzar sola a un cuarto. De lo contrario, aparecían los ‘expertos’ en nutrición alertándome de que me iba a desnutrir. ‘Te digo que estoy bajo supervisión médica’. ‘No, no, ese médico no sabe nada. Mira, yo tengo una prima que...’. Bla, bla, bla. . .

Pasado un tiempo, el sacrificio dio resultados. Hubo preguntas, miradas y felicitaciones. También aparecieron los saboteadores. Justo en media dieta, al hijo de tu mejor amiga le sale el primer diente y te llevan un galón de arroz con leche. O, en tu oficina, se antojan de celebrar cualquier cosa con pizza y dulces. ¿Y tú qué vas a comer? ¡Ensalada! ¡Nooo!

Hay más. Pero, si así ya estás bien. ¿Vas a desaparecer? Un poquito de esto no te engordará. ¡Haces demasiado ejercicio! ¿Solo vas a comer eso? Opté por seguir la sugerencia de una compañera de no decir que estaba a dieta: di que estás mejorando tus hábitos alimenticios. Atinado comentario. Es que esto de ‘modificar los hábitos’ no es fácil. Como todas las metas, cambiar la forma de comer representa sacrificios y la fuerza de voluntad mengua. Toca ser fuerte y persistir porque, les aseguro: la palabra dieta despierta pasiones en todo.


 
 
 
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