Publicado el viernes 15 de septiembre de 2006 - Edici�n No. 863 | Inicio | | Foros | Favoritos | Buzón | ? |
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DIARIO DE MAMA

Una carta para Ileana

Julieta de Diego de Fábrega

Cuando Ileana me comentó que iba a contestar mi artículo sobre la partida de Bea, me pareció una iniciativa fantástica pues, aunque una que otra vez "mamá" y las chicas de "fucsia" hemos intercambiado misivas, no lo hacemos con frecuencia. Así es la vida, uno se enreda en sus propios "enredos" valga la redundancia, y muchas veces deja de hacer las cosas que quisiera por estar haciendo las que "debiera".

Tuve que esperar hasta hoy para leer la nota de Ileana y, como todo lo que sale de su pluma, fue un regalo. Ili me recordó con mucha delicadeza que nos tocó vivir en otro planeta, que como Plutón, ha desaparecido. Me la pude imaginar clarito sentadita en su escritorio redactando sus cartas kilométricas y rogando, mientras abría su buzón de correo, que en él hubiera sobres de colores y no una chorreteada de volantes inútiles.

¡Yo escribí tantas cartas en mi juventud! Y estoy totalmente convencida de que esa actividad -escribir cartas- fue la que me abrió las puertas al mundo de la comunicación, junto con los ejercicios de introspección que plasmaba consistentemente en mi "diario" y que hasta hoy cuido como un tesoro. No me cuesta comunicarme en forma oral -testimonio pueden dar mis hijos de que soy bastante elocuente- pero cuando tengo algo importante que decir lo escribo.

Si es muy, pero muy importante, lo dejo reposar antes de entregarlo para asegurarme de que no mando sólo lo que me sale de la tripa. Mi tripa puede ser harto traicionera, pero gracias a Dios he madurado un poco y he aprendido a mantenerla medianamente en cintura.

Pero estoy divagando. Mientras leía el texto de Ileana confirmé que mis hijos jamás vivirán algunas de las experiencias que para mí eran de todos los días. Jamás tendrán que sentarse en la cabina de un teléfono público -el único en todo el piso del dormitorio- con 10 dólares en monedas de 25 centavos para escuchar la voz de un ser querido por tres minutitos.

Llamar 150 veces a una línea aérea para reconfirmar la reserva del vuelo de regreso a casa les suena tan anticuado como la televisión en blanco y negro, y conseguir una oferta para viajar a España por 150 dólares es bistec de dos vueltas. No me paran bola cuando les advierto que se arrepentirán el resto de sus días si no incluyen en su agenda pasar un fin de semana de Acción de Gracias en casa de algún gringo de pura cepa, pero yo cumplo con decírselos.

Lo que para nosotros requería la solicitud de mil permisos con tres meses de anticipación (por aquello de que las cartas tenían que ir y venir y los fondos también) nuestros hijos lo resuelven con "avisar" que su cuerpo no estará en la U por unos días. En otras palabras, en nuestro mundo ellos serían unos libertinos despelotados. Pero, ojo, que en el de ellos son personas normales y corrientes. Tranquilones si los comparo con otros habitantes de este nuevo planeta.

Hay muchas cosas del mundo de mis hijos que me hubiera gustado tener en el mío, como ese andar por ahí relax, "chileando", preocupándose sólo por lo que vale la pena preocuparse y no por cien mil tonterías como hacíamos -y todavía a veces hacemos- los habitantes del mundo anterior, pero me gustó crecer en mi mundo, ser "nerda" sin saberlo, obediente sin que eso maltratara mi autoestima para siempre, y que ante la presión de grupo un "mi papá no me deja" me rescatara de todos los villanos conocidos.

Me encanta ofrecerles la posibilidad de voltear los ojos cada vez que les digo "en mis tiempos". A fin de cuentas, bien aburrida sería la juventud si uno no pudiera sentir lástima por los terribles años mozos de los padres.


 
 
 
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