El baño de mujeres
Esther M. Arjona
La fila era inmensa, pero cuando la necesidad apremia, ni modo.
Qué lentitud. Parece que lleváramos horas allí, mientras que del otro lado de pasillo, la fila avanza pero rapidísimo.
Cuando llegamos adentro, vemos la razón. Parece que la mitad de la fiesta se estuviese llevando a cabo allí dentro.
Una chica llora desconsoladamente mientras otras dos la consuelan. ‘No vale la pena llorar, tú sabías que él estaba saliendo con otra mujer’, mientras la afectada, entre sollozos dice: ‘Y lo peor es que está bien fea. . . qué le pasa a él. . . ’.
Del otro lado, han puesto una silla para aquella a la que se le pasaron los tragos. La pobre está al borde de la inconsciencia, mientras quienes la acompañan corren a mojar algo de papel toalla para reanimarla. ‘Tómatelo’, la obligan a beber mucha agua, a ver si así se le quita la borrachera y al menos puede caminar hasta el carro.
Frente al espejo, dos amigas hablan casi en clave, mientras, quienes están al lado, tratan de descifrarla. ‘¿La viste?, está gordísima. . . y eso que dizque está a dieta en una estética’. La otra contesta ‘pues la está estafando’. ‘Se está estafando ella misma. Por gusto todo ese tratamiento si viene acá a comerse todo el maní de la mesa y esos cocteles con mil calorías. . . ’. Una de ellas voltea y se da cuenta de que la susodicha acaba de entrar al baño. ‘Ay, fulanita, qué bien te ves. Dónde estás yendo, a ver si me animo yo. . . ’.
A la derecha, todavía frente a los espejos, otra chica se acicala. Guarda un mínimo cepillo dentro de su carterita y saca un lápiz labial. ‘Hola, soy Kim, ¿me prestas tu lipstick?’; atónita, ella mira a Kim y le dice, ‘lo siento, es de uso personal’, para recibir a cambio un ‘ay bueno, qué egoísta’. Al lado, otra mujer con la mirada un poco perdida limpia de forma obsesiva su nariz, no vaya a ser que alguien note algo.
Frente a los inodoros solo se ven caras ansiosas que esperan un turno que no parece llegar. De uno de los cubículos una chica sale para decir: ‘Se acabó el papel’. Las que están afuera corren despavoridas en busca aunque sea de un trozo de papel toalla.
Alguien parece tener problemas pues se demora mucho en salir. Ruidos extraños se escuchan y la curiosidad hace que las cercanas miren bajo la puerta. Los pies no miran hacia adelante, todo lo contrario. Finalmente la chica sale y quienes siguen le preguntan: ‘¿Estás bien?’. Ella, sin mirar atrás dice: ‘Sí, ¿pasó algo?’. Su delgadez extrema hace pensar que sí.
De otro cubículo sale un ruego. ‘¿Alguna de ustedes tendrá un tampón?’.
Otras hablan por celular. ‘Esto está buenísimo, ¿por qué no se vienen para acá? Acá están Perencejo, Sutano y Mengano. Aprovechen que nos están pagando los tragos’.
Ya hace años, Mijares le dedicó una canción. Entre otras cosas, decía que ‘es otra dimensión’. Lo cierto es que su ambiente, como pueden imaginar, es totalmente diferente al de un baño de hombres, y no es que haya entrado a alguno. Solo que allí no se va a hablar. Ni siquiera se va acompañado. Eso sería muy mal interpretado. Cada quien a lo suyo, nada de mirar a los lados y mientras menos tiempo, mejor.
Para nosotras, la visita a un baño es totalmente diferente. Solemos no ir solas. Por lo menos se necesita de dos mujeres para empezar con esa excursión.
Claro, no es lo mismo el baño de un museo que el de una discoteca o centro de diversión. En estos últimos, la vida es más agitada, pero todos tienen algo en común: se convierten en una zona de desahogo que a muchas permite tomar nuevas fuerzas y seguir adelante, ya sea con la velada o simplemente, con la vida.
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